El Maestro

Del libro «No Ajahn Chah: Reflexiones«, del venerable Ajahn Chah.

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Usted es su propio maestro. Estar buscando maestros no puede resolver sus propias dudas. Investíguese a sí mismo para encontrar la verdad – adentro, no afuera. Lo más importante es conocerse a sí mismo.

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Uno de mis maestros comía muy rápido. Hacía ruidos mientras comía. Aún así nos decía que comiésemos lenta y concienzudamente. Yo solía observarlo y me enojaba mucho. Yo sufría, ¡pero él no! Es que yo prestaba atención a la forma exterior. Tiempo después aprendí que algunas personas conducen rápido, pero con cuidado, y que otras conducen con lentitud, pero tienen muchos accidentes. No se apegue a las reglas, a la forma exterior. Si presta atención a los otros en un diez por ciento del tiempo y se observa a sí mismo en un noventa por ciento, su práctica está bien.

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Los discípulos son difíciles de enseñar. Algunos saben, pero no se molestan en practicar. Otros no saben y tampoco tratan de averiguar. No sé qué hacer con ellos. ¿Por qué razón los humanos tienen mentes así? Ser ignorante no es bueno, pero aún si se los digo, a pesar de eso, no escuchan. Las personas están colmadas de dudas en su práctica. Siempre dudan. Quieren ir al Nibbana pero no quieren recorrer el camino. Es frustrante.

Cuando les digo que mediten, se asustan, y si no se asustan, lisa y llanamente se adormecen. En la mayoría de los casos les gusta hacer cosas que yo no enseño. Este es el dolor de ser maestro.

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Si pudiésemos darnos cuenta de la enseñanza del Buda fácilmente, no necesitaríamos tantos maestros. Cuando entendemos las enseñanzas sólo hacemos lo que se requiere de nosotros. Pero lo que hace a las personas tan difíciles de instruir es que no aceptan las enseñanzas y polemizan con el maestro y con las enseñanzas. Frente al maestro se comportan un poco mejor, ¡pero a sus espaldas se convierten en ladrones! La gente de veras es difícil de enseñar.

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No enseño a mis discípulos a vivir ni a practicar con desatención. Pero eso es lo que hacen cuando no ando cerca. Cuando la policía anda cerca, los ladrones se comportan como se debe. Cuando les preguntan si hay ladrones alrededor, por supuesto que todos dicen que nunca han visto a ninguno. Pero tan pronto como el policía se ha ido, todos ellos están allí de nuevo. Incluso es como en los tiempos del Buda. De modo que ponga atención a sí mismo y no se preocupe por lo que hacen otros.

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El verdadero maestro solamente habla de las dificultades en la práctica, de renunciamiento o del desprendimiento del «yo». Frente a cualquier cosa que pase, no deje al maestro. Permita que lo guíe, por que es fácil olvidarse del Camino.

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Sus propias dudas sobre su maestro pueden ayudarlo. Tome de su maestro lo que es bueno y preste atención a su propia práctica. La sabiduría, para usted, es observar y desarrollar.

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No crea en el maestro, sólo porque él lo dice, que una fruta es dulce y deliciosa. Pruébela por usted mismo y todas las dudas se acabarán.

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Los maestros son aquellos que señalan el rumbo del Sendero. Luego de escuchar al maestro, tanto si caminamos por el Sendero practicando nosotros mismos y cosechamos así los frutos de nuestra práctica o no, depende, estrictamente, de cada uno de nosotros.

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A veces enseñar es un trabajo difícil. Un maestro se parece a un bote de basura dentro del cuál la gente arroja sus frustraciones y problemas. Cuanto mayor es la cantidad de personas a las que usted enseña, más grande es el recipiente de basura de los problemas. Pero enseñar es una maravillosa manera de practicar el Dhamma. Los que enseñan crecen en paciencia y entendimiento.

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En realidad, un maestro no puede resolver nuestras dificultades. Es sólo un recurso para investigar el Sendero. Él no puede despejarlo. De hecho, lo que dice no vale la pena escucharlo. El Buda nunca elogió la creencia en otros. Debemos creernos a nosotros mismos. Esto es difícil, si, pero es así como realmente es. Miramos hacia fuera pero en realidad nunca vemos. Tenemos que decidirnos a practicar de verdad. Las dudas no desaparecen preguntándole a los otros, sino a través de nuestra propia práctica incesante.