Bailando con un mosquito.

Soy bueno para meditar.

Muy bueno.

Puedo meditar media hora, una hora, una hora y media.

Sentado, quieto, con la respiración, en paz con el cuerpo.

En paz con la mente.

Soy bueno.

Nada puede moverme.

 

Oh, escucho un mosquito.

Mis orejas vuelan detrás de él.

Pero me siento quieto, nada puede conmoverme.

¿Cuándo he abierto yo los ojos?

Bueno, se puede meditar también con los ojos abiertos.

Pero no se medita cuando se intenta encontrar un mosquito.

 

Si lo mato puedo seguir meditando en paz.

No, voy  a seguir meditando.

Soy bueno.

Me puedo concentrar tan bien.

Puedo alcanzar estados elevados de conciencia.

Supersensibilidad. Puedo por ejemplo notar que el mosquito está sobre mi cabeza.

Si puedo es porque medito.

Pero no lo voy a matar.

Estoy dispuesto a ofrecer mi sangre por la meditación.

 

¡Zas! Un golpe en la cabeza.

Ahora estás muerto, mosquito, y yo puedo meditar en paz.

 

Pero o mi supersensibilidad o mi supervelocidad no eran tan «super».

No encuentro ningún cadáver de mosquito en mi mano.

Y todavía lo oigo zumbar.

 

Jo, hay quien dice que si muchos meditan de una determinada manera se crea un escudo que puede proteger un país contra un ataque de misiles.

Yo no puedo ni protegerme contra un ataque de mosquitos.

 

Ay mosquito, ¿no quieres bailar conmigo? ¿No quieres sentarte a meditar conmigo?

 

Cierro un ojo y sigo meditando. Con el otro, vigilo.

 

Es muy serio esto de meditar. Muy serio.

Estoy en paz ahora. El cuerpo, relajado. La mente, tranquila.

 

Me levanto tranquilamente.

Cojo mi cojín que huele a pedo.

Enciendo la luz y miro a mi alrededor.

Un minuto después hay cuatro mosquitos muertos en mi cojín de meditar.

Mañana, cuando me levante a las cinco y cuarto, me sentaré sobre ellos.

 

Ojalá que renazcan como monjes en su próxima vida.