Del libro El Buda y sus discípulos, del Ven. Shravasti Dhammika.
46. Las dos personas que iban a convertirse en los principales discípulos del Buda habían nacido el mismo día en aldeas adyacentes, al norte de Rajagaha. El primero se llamaba Moggallana, y el segundo Upatissa, aunque siempre fue llamado Sariputta, “hijo de Sari”, ya que Sari era el nombre de su madre. Los dos niños crecieron juntos y se hicieron amigos íntimos. Cuando llegaron a la juventud, un día fueron a un festival en Rajagaha, y mientras estaban sentados observando una representación teatral, los dos fueron dominados por un fuerte sentido de la impermanencia de la vida, como resultado de lo cual ambos decidieron renunciar al mundo. Uno de los más conocidos maestros espirituales era Sanjaya Belatthiputta, y los dos jóvenes se hicieron discípulos de él. Sanjaya era famoso por sus evasivas en responder a las preguntas, y sus rivales se referían a él como una anguila serpenteante (amaravikkhepikas).
47. Moggallana y Sariputta permanecieron con Sanjaya durante algunos años, llevando la vida de ascetas errantes, pero realmente no estaban satisfechos con lo que estaban aprendiendo de su maestro. Después de un tiempo decidieron separarse, para ir cada uno por su propio camino en busca de la verdad, prometiéndose que el primero que la encontrara debería contarle al otro. Un día, mientras Sariputta estaba caminando por Rajagaha, vio a un monje y quedó profundamente impresionado por la gracia y la serenidad con que se movía, y la calma expresión de felicidad en su rostro. El monje era Assaji, uno de los discípulos del Buda. Sariputta le preguntó:
“¿Quién es tu maestro?”, y Assaji respondió: “Amigo, hay un gran asceta, un hijo de los Sakyas, que abandonó al clan Sakya. Es a causa de este Señor que he abandonado el hogar. Este Señor es mi maestro, yo acepto el Dhamma de este Señor”. Sariputta preguntó: “¿Qué doctrina enseña tu maestro, hacia qué apunta?” Assaji respondió: “Amigo, soy un principiante, recién acabo de abandonar la vida de hogar, soy nuevo en este Dhamma y disciplina. No puedo enseñar plenamente el Dhamma, pero te contaré su esencia”. Sariputta le dijo: “Así sea, venerable, dígame poco o dígame mucho, pero de cualquier modo déme su esencia, sólo quiero la esencia. No es necesaria una gran elaboración”. Entonces Assaji dijo: “Aquellas cosas que proceden de una causa, de esas cosas el Tatagatha ha dicho la causa. Y de lo que es su cesación, de eso el gran recluso también tiene una doctrina”.
48. Cuando Sariputta escuchó esto, se convirtió en uno que Entra en la Corriente, y se marchó para encontrar a su amigo Moggallana. Cuando se encontraron, Moggallana pudo ver directamente que algo maravilloso le había sucedido a su amigo. “Amigo, tus facultades son bastante puras y tu complexión es clara y brillante. ¿Puede ser que hayas logrado lo Inmortal?” “Sí, amigo, he logrado lo inmortal”, respondió Sariputta. Le contó a su amigo cómo había sucedido y los dos decidieron buscar al Buddha para poder escuchar más sobre el Dhamma de sus propios labios. Pero Moggallana, cuya compasión lo llevaba frecuentemente a pensar en el bienestar de los demás antes que en el suyo propio, sugirió que primero fueran a ver a Sanjaya y sus discípulos para decirles lo que habían descubierto, seguros de que ellos darían la bienvenida a las novedades. Pero cuando le contaron a Sanjaya que querían ser discípulos del Buda, él no se mostró para nada feliz, y quiso hacer que cambien de idea. De hecho, estaba tan preocupado con la posibilidad de perder a dos discípulos bien conocidos en manos de alguien que él consideraba un rival, que incluso les ofreció hacerlos sus asistentes si se quedaban con él. Sariputta y Moggallana rechazaron esa oferta y se fueron a buscar al Buddha junto a casi todos los 250 discípulos de Sanjaya. Apenas el Buddha vio a los dos jóvenes ascetas llegando a la cabeza de sus seguidores, supo que se convertirían en los dos discípulos más capaces y confiables. Moggallana se iluminó siete días después de su ordenación, y Sariputta dos semanas después.
49. Las habilidades y la disposición de Sariputta y Moggallana eran tales que desarrollaron varias facultades diferentes. De todos los discípulos del Buda, Sariputta era el más capacitado para comprender y explicar el Dhamma, y de este modo era el segundo después del mismo Buddha. Una vez el Buda le dijo: “Eres sabio, Sariputta, grande y amplia es tu sabiduría, rápida y gozosa es tu sabiduría, aguda y analítica es tu sabiduría. Así como el hijo mayor de un Monarca Universal gobierna correctamente como lo hizo su padre, del mismo modo girarás la rueda del Dhamma como yo lo he hecho”. Tal consideración tenía el Buda hacia Sariputta que le confirió el título de General del Dhamma (Dhammasenapati). En uno de sus discursos, Sariputta habló sobre las cualidades necesarias para enseñar el Dhamma y podemos asumir con certeza que él enfatizaba esas mismas cualidades cuando estaba enseñando.
“Cuando alguien que enseña desea enseñarle a otro, dejen que establezca bien cinco cosas, y que después enseñe. ¿Cuáles cinco? Que piense: `hablaré en el momento correcto y no en el momento inoportuno. Hablaré sobre lo que, y no sobre lo que no es. Hablaré con suavidad, y no con rudeza. Hablaré sobre la meta, y no sobre lo que no es la meta. Hablaré con una mente llena de amor, y no con una mente llena de mala voluntad`. Cuando alguien que enseña desea enseñarle a otros, permitan que establezca bien estas cinco cosas”.
50. Aunque Sariputta era un maestro de Dhamma eficaz y entusiasta, él también sabía que mientras que la gente puede ser ayudada por medio de las enseñanzas del Dhamma, a veces también necesita ayuda práctica, material. Y de este modo siempre estaba dispuesto a dar una mano. Una vez, Yashodara se enfermó a causa del viento y su hijo Rahula intentó conseguir una medicina para ella. Él consultó con Sariputta, quien por su experiencia en el cuidado de enfermos sabía exactamente cuál era la medicina más apropiada, y luego fueron a buscarla. Junto a Rahula administró la medicina a Yashodara que pronto se recuperó. Mientras que siempre estaba listo para visitar a los enfermos con el fin de darles ayuda y alivio, también tenía una preocupación particular por los s y los solitarios, a quienes siempre favorecía, antes que a los ricos e influyentes. En una ocasión, una gran cantidad de gente estaba llegando al monasterio donde el Buda residía, para invitar al Buddha y sus monjes a comer a sus casas. La gente estaba muy ansiosa por tener como invitados a los monjes más renombrados, y esos monjes estaban particularmente felices de ir a las casas de los ricos, sabiendo que allí habría buena comida. Todos los monjes menos Sariputta habían aceptado invitaciones, cuando apareció una mujer muy pobre y preguntó si algún monje quería ir a su casa. El asistente del monasterio le informó que todos los monjes, menos Sariputta, se habían ido. Creyendo que un monje tan eminente no desearía aceptar de ella una humilde comida, se sintió bastante desilusionada. Pero cuando el asistente le informó a Sariputta sobre la pobre mujer, él acepto con felicidad ir a su casa, para el deleite de ella. Cuando el Rey Pasenadi escuchó que Sariputta iría a comer a la casa de una mujer muy pobre, le envió a ella una gran cantidad de dinero, más que suficiente para alimentar a Sariputta, del cual le quedaba a la mujer una buena cantidad como para vivir confortablemente el resto de su vida.
51. Después de Sariputta, el Buda consideraba a Moggallana como el discípulo más sabio y más altamente desarrollado. Según la tradición, él tenía una complexión muy oscura, tan oscura como una nube de lluvia. La facultad más desarrollada de Moggallana no era la sabiduría sino los poderes psíquicos (iddhi). Cuando, como resultado de la meditación, la mente está “concentrada, purificada, limpia, inmaculada, libre de impurezas, maleable, laborable, y firme”, a veces se hace capaz de habilidades extraordinarias. Algunos de los poderes psíquicos que los monjes Budistas desarrollaban ocasionalmente eran la habilidad de cambiar su apariencia, sentir lo que estaba pasando a una gran distancia, leer lamente de los demás y abandonar el cuerpo.
52. El Buda sabía que la demostración de los poderes psíquicos podía tener cierto efecto sobre la gente, y no siempre un efecto positivo. Aquellos que exhibían tales poderes podían ser corrompidos por la adulación que recibían, mientras que quienes los presenciaban frecuentemente daban una devoción impensada a quienes los tenían. Él también criticaba el uso de los poderes con el fin de convertir a la gente. Una vez, cuando el Buda estaba en Nalanda, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, Nalanda es rica, prospera, poblada, llena de gente que tiene fe en usted. Sería bueno si usted hiciera que un monje realizara milagros y hechos extraordinarios. De este modo Nalanda llegaría a tener más fe aun. El Buda rechazó esta solicitud porque él quería que la gente siguiera el Dhamma por su comprensión, no por haber sido impresionados por milagros y hechos psíquicos.
53. Una vez, un comerciante rico colocó un cuenco de sándalo sobre la punta de una larga caña de bambú, que puso en el mercado de Rajagaha. Entonces hizo saber a todo el mundo que cualquier monje que pudiera elevarse en el aire y quitar el cuenco, sería su dueño. Poco después, Moggallana y Pindola Bharadvaja fueron a Rajagaha, y cuando el comerciante los vio, les dijo: “Ustedes dos tienen poderes psíquicos. Si quitan el cuenco, es de ustedes. Entonces Pindola se elevó en el aire y descendió con el cuenco, para la inmensa admiración de la gran multitud que se había reunido a mirar. Luego el comerciante llevó a Pindola a su casa y llenó el cuenco de sándalo de comida costosa. Después de esto, dondequiera que fuera Pindola, multitudes de gente ruidosa, excitada, lo seguían. Cuando el Buda escuchó sobre esto, llamó a Pindola y lo reprendió:
“No es justo, no es apropiado, no es correcto, no es digno de un monje, no es aceptable, no debería ser hecho. ¿Cómo pudiste, por un miserable cuenco de comida, exhibir una de las condiciones de una persona desarrollada ante esos dueños de casa? Es exactamente igual que una mujerzuela que muestra su ropa interior por unas miserables monedas”.
Como resultado de este incidente, el Buda estableció una regla por la que se consideraba una ofensa la exhibición innecesaria de poderes psíquicos por parte de los monjes. Sin embargo él también comprendía que los poderes psíquicos podía a veces ser bien empleados. En otra ocasión, unos ladrones atacaron una casa y secuestraron a dos niños. Cuando el monje Pilindavaccha se enteró, usó sus poderes psíquicos para rescatar a los niños. Cuando los otros monjes lo acusaron de violar una regla, el Buda lo declaró inocente de toda ofensa porque había usado sus poderes por compasión.
54. Moggallana, del mismo modo, usaba sus poderes psíquicos frecuentemente sólo para ayudar a la gente. Una vez, cuando estaba con el Buda en el último piso de la residencia de Migaramata, un grupo de monjes de la planta baja estaba charlando y haciendo mucho ruido. El Buda los describió como “frívolos, cabeza hueca, agitados, de habla ruda e inútil, carentes de concentración, inestables, sin compostura, con mentes volátiles y con los sentidos descontrolados”, y urgió a Moggallana a darles una “buena conmoción”. Así que usando el dedo gordo de su pie, hizo que toda la casa, grande como era, temblara y se sacudiera. Creyendo que la casa estaba por colapsar, y gritando de miedo, los monjes salieron corriendo. Entonces el Buda se les acercó y les dijo que, a su pedido, Moggallana había hecho temblar la casa usando sus poderes psíquicos, que había desarrollado por medio de la meditación diligente, y que ellos, del mismo modo, debían dedicar el tiempo a meditar en lugar de complacerse en la charla ociosa. Pero como el mismo Buda, Moggallana ayudaba a la gente más frecuentemente enseñándoles el Dhamma, y el Tipitaka preserva muchos de los discursos que él ofreció a los monjes, monjas, laicos y laicas.
55. Tanto Sariputta como Moggallana murieron antes que su maestro, el Buda. Cuando Sariputta comprendió que su fin estaba cerca, dejó al Buddha y se marchó hacia la aldea donde había nacido. A pesar de tener un hijo espiritualmente desarrollado, la madre de Sariputta no tenía fe en el Dhamma, y Sariputta deseaba recompensar a su madre por haberlo criado, ayudándola a comprender las enseñanzas del Buda. Hizo que un monje se le adelantara para avisar a su madre que él estaba llegando a casa. Ella se deleitó, creyendo que finalmente su hijo había abandonado los hábitos y regresaba a la vida de laico. Cuando él llegó y ella se dio cuenta de que aun era un monje, se encerró en su habitación de muy mal humor. La salud de Sariputta comenzó a deteriorarse rápidamente, y mientras yacía en su cama llegaron numerosos devas a rendirle homenaje. Cuando la madre de Sariputta vio a todos aquellos seres celestiales, comenzó a comprender cuán virtuoso y santo era su hijo, y fue a verlo en su lecho de muerte. Sariputta le explicó el Dhamma, y ella se volvió alguien que Entra en la Corriente. Él llamó luego a todos los demás monjes que lo habían acompañado y les preguntó que si a lo largo de los últimos cuarenta años él los había ofendido, lo perdonarían. Todos ellos le aseguraron que no había nada que perdonar y momentos después Sariputta logró el Nirvana final.
56. Moggallana murió sólo dos semanas después. Durante mucho tiempo él había afirmado que conocía por adelantado los destinos de quienes habían muerto antes, y que los ascetas Jaina renacían generalmente en los reinos inferiores. Moggallana era muy respetado, sus poderes psíquicos eran bien conocidos, y la gente creía lo que él decía sobre los Jainas. Alarmado por su influencia, un grupo de ascetas Jainas inescrupulosos decidió matarlo. Contrataron a algunos de malhechores que rodearon la casa donde estaba Mogallana, pero cuando él advirtió su presencia, se escapó por el agujero de la cerradura. Esto ocurrió varias veces hasta que finalmente los malhechores lo atraparon, golpeándolo duramente y lo abandonaron dándolo por muerto. Apenas vivo, fue tambaleando hacia donde estaba el Buda, le rindió sus últimos respetos, y luego murió. La leyenda dice que Moggallana murió así porque en una vida anterior él había matado a sus padres instigado por su mujer, celosa por la atención que él les brindaba.