Jat 313 {22j.4.2.3,49-52} Khantivadi Jataka – A aquel que cortó…

«A aquel que cortó tus manos, pies, orejas y nariz, hacia él siente enojo, gran héroe. Pero no destruyas este (inocente) país.» Una vez escucharlo, el Bodhisatta pronunció el segundo verso: «A aquel que me cortó las manos, pies, orejas y nariz, que ese rey viva por mucho tiempo. Aquellos como yo no sienten ira.»

“A aquel que cortó tus manos, tus  pies …” Esto el Maestro relató mientras residía en (el monasterio) Jetavana en relación con un cierto monje irritable. Esta historia ya ha sido relatada. El Maestro le dijo a ese monje: “¿Por qué, monje, se irrita usted que se ha ordenado en la enseñanza del Buddha que está libre de enojo? Los sabios de tiempos lejanos, cuando les daban mil golpes en el cuerpo o cuando les cortaban las manos, pies, orejas y nariz, no expresaban enojo hacía el otro.” Y relató la historia del pasado.

En otro tiempo el rey Kalàbu reinaba en Baranasi. El Bodhisatta nació entonces en una familia de brahmanes que poseía una riqueza de ochocientos millones. El joven se llamaba Kundalakumàra. Cuando creció se trasladó a Takkasila donde aprendió todas las artes. Después estableció su negocio. Cuando murieron sus padres, miró la pila de su riqueza y pensó: “Después de producir toda esta riqueza, mis padres se han ido sin tomarla; una vez que la haya dado propio es que me retire.” Después de haber juntado toda la riqueza, se la dio a cualquiera que quisiera tomarla.

Se adentró en Los Himalayas, vivió apartado de todos y alimentándose de frutos vivió allí por mucho tiempo. Regresaba a las zonas habitadas para obtener sal y productos agrios, y gradualmente llegó a Baranasi y se hospedó en el jardín del rey. Al día siguiente buscando comida en la ciudad arribó a la casa del general del ejército. El general complacido con su persona lo hizo pasar a su casa, lo alimentó con comida que había sido preparada para él mismo y, luego de obtener su aprobación, hizo que residiera allí en el jardín del rey.

Un día, el rey Kalàbu, embriagado y acompañado por hábiles danzarinas, fue al jardín con un gran séquito. Después de mandar a preparar un lecho en el trono de piedra se durmió en el regazo de una mujer querida. Mientras las hábiles danzarinas interpretaban canciones, música y danzas – era un espectáculo de la majestuosidad de Sakka, el rey de las divinidades –, el rey dormía. Entonces, esas mujeres dijeron: “nosotras estamos ejecutando canciones, música y danzas  para él, pero el rey duerme. ¿Qué sentido tiene esto?” Dejaron allí los instrumentos musicales, laúdes y demás, entraron al jardín y encontraron deleite en las flores, frutos y hojas. En ese momento el Bodhisatta se encontraba sentado en ese jardín – era como un noble y vigoroso elefante – al pie de un árbol Sàla todo en flor, disfrutando de la felicidad del retiro. Esas mujeres caminaban por el jardín cuando lo vieron y dijeron: “Allí, compañeras, debajo de ese árbol esta sentado un renunciante; mientras el rey no se despierte, no sentaremos y escucharemos algo en su presencia.” Fueron, lo reverenciaron, se sentaron alrededor y le dijeron: “Enséñenos cualquier cosa que sea apropiada para nosotras”. El Bodhisatta les predicó el Dhamma. Entonces, la mujer movió el regazo y el rey despertó. Una vez despierto, el rey,

Al no verlas, preguntó: “¿A dónde han ido esas parias?” “Ellas, gran rey, se fueron y se sentaron alrededor de cierto asceta.” El rey enfurecido, tras tomar su espada acudió rápido pensando “le daré una lección a ese falso asceta.”

Entonces, al ver venir al enfurecido rey, las favoritas entre sus mujeres fueron a su encuentro, tomaron su espada y lo pacificaron. Él vino, se paró cerca del Bodhisatta y preguntó: “¿Qué enseñas tú, asceta?” “Paciencia, gran rey”. ¿Qué es la paciencia?” “Es no enojarse cuando a uno lo injurian o lo critican o lo golpean”. El rey diciendo: “Ahora veré si existe la paciencia en ti” mandó llamar al verdugo. Él, de acuerdo con la costumbre, tomó un hacha y un látigo de espinas; vestido de color amarillo y tocado con una corona roja, acudió al lugar, saludó al rey y preguntó: “¿Qué hago, su majestad?” “Aprehenda a este pillo, falso asceta, arrástrelo y arrójelo al suelo. Tome el látigo de espinas y dele dos mil golpes adelante, atrás, en ambos costados y en los cuatro lados.” Lo cual hizo. La piel del Bodhisatta se desgarró, la carne se dividió y surgió sangre.

El rey preguntó de nuevo “¿qué enseñas tú, monje?” “Paciencia, gran rey. Pero tú piensas que mi paciencia está dentro de mi piel. Mi paciencia no está dentro de mi piel. Mi paciencia está establecida dentro de mi corazón donde tú no puedes verla, gran rey.” De nuevo, el verdugo preguntó “¿Qué hago?” “Córtele a este falso asceta las dos manos”. Él tomó el hacha y después de colocar las manos en el bloque las cortó. Enseguida, le dijo “córtele los pies” y cortó los pies. La sangre fluía de los extremos de las manos y de los pies como laca liquida que sale de una vasija agujereada. De nuevo, el rey preguntó “¿qué enseñas?” “Paciencia, gran rey. Pero tú piensas que mi paciencia esta dentro de mis extremidades. No es así. Mi paciencia reside en un lugar profundo.” El rey dijo: “Córtele las orejas y la nariz”. El verdugo cortó las orejas y la nariz. Todo el cuerpo se cubrió de sangre. Nuevamente, le preguntó “¿qué enseñas tú?” “Gran rey, realmente paciencia. Pero tú no pienses que la paciencia reside en las orejas y en la nariz. Mi paciencia está establecida en un lugar profundo dentro de mi corazón.” El rey, diciendo “falso asceta, expulsa tu paciencia y siéntate”, pateó el corazón del Bodhisatta y se fue.

Cuando se fue, el general del ejército limpió el cuerpo ensangrentado del Bodhisatta, vendó los extremos de las manos, piernas, orejas y nariz, hizo que sentaran al Bodhisatta con cuidado, lo reverencio y se sentó a su lado rogando: “Venerable señor, si usted desea enojarse, debería enojarse sólo con el rey que ha lo transgredido; no con los otros.” Y pronunció el primer verso:

{49} A aquel que cortó tus manos,

pies, orejas y nariz,

hacia él siente enojo, gran héroe.

Pero no destruyas este (inocente) país.

Una vez escucharlo, el Bodhisatta pronunció el segundo verso:

{50} A aquel que me cortó las manos,

pies, orejas y nariz,

que ese rey viva por mucho tiempo.

Aquellos como yo no sienten ira.

Cuando el rey salía del jardín, en el preciso momento en que desapareció del campo de visión del Bodhisatta, esta gran tierra, que tiene un espesor de doscientas cuarenta mil leguas , se abrió en dos como un tejido compacto, una flama emergió desde lo más profundo (Avìci) y, envolviéndolo como con una cobija de lana roja que ha sido ofrecida por su familia, se apoderó del rey. Él se internó en la tierra por la misma puerta del jardín y se estableció en el gran infierno Avìci. El Bodhisatta también murió ese mismo día. El séquito del rey, los ciudadanos llevándo en mano perfumes, flores e incienso vinieron y realizaron los ritos con el cuerpo del Bodhisatta. Pero hubo algunos que dijeron “el Bodhisatta regresó otra vez a los Himalayas”. Pero esto no es verdad.

{51} Hace mucho tiempo

había un asceta encomiado por su paciencia.

A él, que estaba establecido en la paciencia,

el rey de Kàsi ordenó matar.

{52} De esa brutal acción

hubo un severo efecto.

El rey de Kàsi lo experimentó:

se estableció en el infierno.

Estos dos son versos del Buddha Supremo. El Maestro después de relatar este discurso del Dhamma reveló las verdades y mostró la conexión de la historia. Después de las verdades, el monje irritable se estableció en la fruición de no retorno y muchos realizaron la fruición de la entrada en la corriente.

En esa ocasión el rey Kalàbu era Devadatta, el general del ejército era Sàriputta y asceta predicador de la paciencia era yo mismo.


Esta publicación ha sido tomada del sitio http://www.btmar.org/

Traducido del pali por Ven. Bhikkhu U Nandisena