Famosos discípulos laicos

Del libro El Buda y sus discípulos, del Ven. Shravasti Dhammika.

92. Con frecuencia se cree erróneamente que es el trabajo de los monjes y las monjas practicar y enseñar el Dhamma, mientras que el trabajo de los laicos y laicas es practicar los Cinco Preceptos y apoyar a los monjes y monjas proveyéndolos de lo que necesiten. Esta es una creencia incorrecta y peligrosa, y en los países donde ha sido aceptada ampliamente ha contribuido a la corrupción del Dhamma. La meta del Buda era desarrollar una comunidad de discípulos, laicos y ordenados, hombre y mujeres, que estuvieran bien educados en el Dhamma, que lo practicaran plenamente, y que lo aprendieran y lo enseñaran entre sí. Mientras que el Buda elogiaba a Anathapindika por su gran generosidad, reservaba los elogios más grandes para Citta de Macchikasanda y para Hatthaka de Alavi porque ambos eran hábiles y diligentes en dar algo mucho más importante que las cosas materiales: el Dhamma.

93. Citta era el modelo del practicante budista laico cuyo aprendizaje y comportamiento el Buda urgía a los demás a imitar. En una ocasión, el Buda le dijo a los monjes: “Si una madre dedicada quisiera alentar a su amado hijo único de un modo apropiado, ella debería decirles: `Intenten volverse como el discípulo Citta y el discípulo Hatthaka de Alavi”. Citta era un rico comerciante y terrateniente de la ciudad de Macchikasanda, no lejos de Savatthi. Parece que él escuchó el Dhamma posprimera vez del monje Mahanama, después de lo cual ofreció al Sangha un parque del que era propietario, donde construyó un gran monasterio. Después de eso, cualquier monje que llegara a Macchikasansa tenía siempre asegurada una cálida bienvenida y un apoyo adecuado. El Buda consideraba a Citta como el más instruido y lúcido de todos los maestros de Dhamma laicos. Después de aceptar el Dhamma, él se los explicó a todos habitantes de la ciudad, convirtiendo a 500 de ellos, y en una ocasión llevó a todos los nuevos conversos a Savatthi para ver al Buddha. Los discursos en el Tipitaka predicados a Citta o predicados por él indican su profunda comprensión de los aspectos más sutiles del Dhamma, y de hecho más tarde se convirtió en Uno que No Regresa.

94. Una vez un grupo de monjes estaba sentado comentando el Dhamma en un pabellón del monasterio que había construido Citta. Algunos estaban diciendo que son los objetos de los sentidos los que obstruyen a la mente, y otros decían que en realidad son los mismos sentidos los que causan los problemas. Citta llegó al monasterio, y cuando vio a los monjes preguntó de qué estaban discutiendo, y ellos le dijeron. Citta dijo: “Señores, estas dos cosas, los objetos de los sentidos y los sentidos, son diferentes. Usaré una analogía para que comprendan lo que quiero decir. Supongan que un buey negro y un buey blanco estuvieran unidos por un yugo o por una soga. Ahora, ¿sería correcto decir que el buey blanco es el que ata al negro o que el buey negro es el que ata al blanco?” “Ciertamente no”, dijeron los monjes, “el buey blanco no es el que ata al negro, ni el buey negro es el que ata al blanco. Ambos están atados al yugo o a la soga”. Citta asintió y luego dijo: “Bien, señores, del mismo modo, el ojo no es el que obstruye a los objetos visuales ni son los objetos visuales los que obstruyen al ojo. Sino más bien, es el deseo que surge del encuentro de los dos lo que constituye el obstáculo. Y lo mismo sucede con los demás órganos sensoriales y sus objetos”. Los monjes quedaron deleitados con la lucidez de Citta respondiendo y explicando la pregunta.

95. En otra ocasión, el monje Kamabhu, perplejo por uno de los dichos del Buda, le preguntó a Citta si podía explicarle el significado. El dicho era:

“Con miembros puros, con blanca sombrilla, con una rueda,

el carro rueda.

Mira al que está llegando.

Es un cortador de la corriente sin faltas, no tiene ataduras”.

Citta explicó el verso con gran intuición y originalidad. Dijo: “con miembros puros”, significa virtud, “con blanca sombrilla” significa libertad, “con una rueda” significa atención, “rueda” significa ir y venir. “Carro” significa el cuerpo, “el que está llegando” significa el Iluminado, “corriente” significa el deseo, “sin faltas”, “cortador de la corriente”y “sin ataduras” significan todos alguien que ha destruido las corrupciones”. La habilidad de Citta para dar una interpretación espiritual a lo que parecía un simple verso hermoso, sorprendió y deleitó a Kamabhu.

96. Pero Citta no sólo era capaz de enseñar el Dhamma, también podía demostrar su superioridad sobre otras doctrinas. Una vez, Nigantha Nataputta, fundador del jainismo y uno de los más famosos maestros religiosos de la época, llegó a Macchikasanda junto a una gran cantidad de discípulos suyos. Citta fue a ver a Nataputta, que sabiendo que él era un discípulo del Buda, le preguntó: “¿Tú crees, como enseña el Buda, que es posible alcanzar un estado meditativo en el cual cesan todos los pensamientos?” “No, respondió Citta, el Buda enseña eso, pero yo no lo creo”. Sorprendido y complacido de que Citta pareciera estar diciendo que dudaba de alguna de las enseñanzas del Buddha, Nataputta miró a todos sus discípulos, diciendo: “¿Ven cuan sincero e inteligente es Citta? Cualquiera que pudiera creer en un estado meditativo donde todos los pensamientos cesan también podría creer que la mente puede encerrarse en una red o que la corriente del Ganges puede detenerse con una mano”. Cuando terminó, Citta preguntó: “¿Qué es mejor, venerable señor, creer o saber?” Nataputta respondió: “El conocimiento es mucho mejor que la creencia”. “Bien, yo puedo lograr ese estado meditativo donde todos los pensamientos cesan. Entonces ¿por qué debería creer que lo que dice el Buda es verdad? Yo sé que es verdad”. Sorprendido de ser atrapado, Nataputta miró nuevamente a su alrededor y dijo: “Vean que persona engañosa, retorcida y astuta es Citta”. Permaneciendo calmo y sin perturbarse por ese arranque, Citta dijo: “Si su primera afirmación es verdad, la segunda debe ser falsa, y si la segunda es verdad entonces la primera debe ser falsa”, y habiendo dicho esto se levantó y se fue, dejando a Nataputta en busca de una respuesta.

97. Más tarde en la vida, Citta se enfermó y era obvio para su familia que no tendría una larga vida. Mientras yacía en su lecho de muerte, los devas se reunieron a su alrededor diciéndole que estableciera su mente para renacer en una posición de riqueza y poder. Sabiendo que era uno Que No Regresa, destinado a renacer en uno de los reinos celestiales superiores, les dijo a los devas: “Eso es impermanente y deberá ser abandonado al fin”. Incapaces de ver a los devas, sus familiares y amigos creyeron que Citta estaba delirando. Él les dijo que les estaba hablando a los devas, y luego, urgiendo a quienes lo rodeaban a tomar refugio en los Tres Tesoros, murió apaciblemente.

98. Otro discípulo laico eminente era Hatthaka de Alavi, hijo de un gobernante de Alavi. Hatthaka se encontró con el Buda por primera vez mientras caminaba una noche de invierno. Sorprendido de ver a este asceta solitario vestido solamente con un manto delgado y durmiendo sobre el suelo duro, Hatthaka le preguntó al Buda: “¿Es feliz?” El Buda le respondió: “Sí, soy feliz”. “Pero Señor, preguntó Hatthaka, el suelo es duro y el viento está frío, ¿cómo puede ser feliz?” El Buda preguntó: “A pesar de vivir en una casa cómoda, bien techada, con una cama confortable y dos esposas que cuidan de él, ¿es posible que debido a la codicia, ira, temor o ambición un hombre se sienta infeliz?” “Sí”, respondió Hatthaka, “es bastante posible”. “Bien, dijo el Buda, yo me he liberado de toda la codicia, ira, temor y ambición, así que ya sea que duerma aquí o en una casa cómoda, siempre estoy feliz, siempre muy feliz”.

99. Hatthaka era famoso no tanto por su generosidad o su conocimiento del Dhamma, sino por su capacidad de atraer a las personas hacia el Dhamma. Una vez llevó a 500 personas, todos obviamente ávidos de practicar el Dhamma, a ver al Buddha, quien le preguntó: “¿Cómo haces para interesar a tanta gente en el Dhamma?” Hatthaka respondió: “Señor, lo hago usando los cuatro fundamentos de la simpatía, que usted mismo me enseñó. Cuando sé que alguien puede ser atraído por la generosidad, soy generoso. Cuando sé que pueden ser atraídos por las palabras amables, les hablo con amabilidad. Cuando sé que pueden ser atraídos dándoles un buen giro, les doy un buen giro, y cuando sé que pueden ser atraídos tratándolos con igualdad, los trato con igualdad”. Obviamente, cuando la gente asistía a las charlas sobre el Dhamma organizadas por Hatthaka, siempre recibían una cálida bienvenida personal que los hacía sentirse queridos y respetados, y entonces volvían, interesándose gradualmente en el Dhamma. El Buda elogiaba a Hatthaka por su habilidad. “Bien hecho, Hatthaka, bien hecho, este es el modo de atraer a la gente”. Después de que Hatthaka se fuera, el Buda les dijo a los monjes: “Consideren verdad que Hatthaka de Alavi está dotado de estas ocho cualidades maravillosas y hermosas: tiene fe, virtud, conciencia y temor a la culpa, es instruido, generoso, sabio y modesto.”

100. La modestia, en particular, era evidente en el carácter de Hatthaka. Mientras que otros son orgullosos de su riqueza o están motivados por su auto engrandecimiento para convertir a los demás al Dhamma, Hatthaka estaba siempre tranquilo y sin arrogancia. Hizo todo lo que pudo para interesar a las personas en el Dhamma puramente por el bien de ellas, y no por hacerse de un nombre. En otra ocasión, cuando los monjes le dijeron a Hatthaka que el Buda había elogiado sus muchas buenas cualidades, él dijo: “Espero que no haya habido laicos cuando el Señor dijo eso”. Los monjes le aseguraron que no había ninguno, y más tarde cuando le contaron esto al Buddha, él dijo: “Bien hecho, bien hecho, este hombre es genuinamente modesto. No le gusta que sus cualidades sean conocidas por los demás. La modestia es otra de las buenas cualidades de Hatthaka”.

Cuando Hatthaka murió, renació como un deva, y una noche fue a visitar al Buda. El Buda le preguntó si se arrepentía de algo, y él le respondió: “He muerto arrepentido sólo de no haber visto nunca suficiente al Buda, de no haber escuchado suficiente Dhamma y de no haber podido servir lo suficiente al Dhamma”.

101. En la época del Buda, las mujeres tenían poco lugar en la sociedad, excepto como esposas y madres. Pero cuando se estableció el Sangha de monjas, inmediatamente las mujeres tuvieron una avenida para el desarrollo espiritual y la oportunidad de probarse a sí mismas como adeptas religiosas y como maestras, roles que desempeñaron con gran éxito. El Buda elogió a la monja Khema por su gran sabiduría, a Patacara por su destreza en la disciplina monástica y a Dhammadinna por su energía y habilidad para enseñar el Dhamma. Y no sólo las monjas se convirtieron en discípulas modelo, las laicas también. Una de las discípulas laicas más importantes del Buda fue Samavati, cuya historia es larga e interesante.

102. Una vez un hombre y su esposa vivían en una aldea en particular de Vamsa, junto a su hija de belleza poco común, llamada Samavati. La familia era feliz, pero un verano hubo una epidemia que mató a muchas personas y obligó a huir a otras tantas. Samavati y sus padres, junto con muchas otras familias, fueron a Kosambi, la capital de Vamsa, con la esperanza de encontrar alivio. La ciudad estaba llena de refugiados, y ciudadanos preocupados habían establecido facilidades para proveerlos de comida. Cuando la comida era distribuida cada mediodía, los desesperados refugiados se empujaban y reñían tratando de obtener lo más que podían, temiendo que al día siguiente no hubiera nada. Cuando Samavati llegó primero por la comida, pidió suficiente para tres personas. Pronto estaba pidiendo para dos, y finalmente para una. Mitta, el hombre que distribuía a comida donde iba Samavati, notó eso, y un día le dijo a Samavati: “¿Así que finalmente has estado calculando cuánto puede almacenar tu estómago, no?”. “No”, dijo Samavati, “al comienzo debía tener lo suficiente para mí y para mis padres. Luego mi padre murió, así que sólo necesité para dos. Luego murió mi madre, así que ahora necesito sólo lo suficiente para mí”. Cuando Mitta escuchó esto, se sintió muy avergonzado de su sarcasmo y le pidió disculpas a Samavati. Ella le contó cómo había caído en desgracia, y movido por la simpatía, Mitta le ofreció adoptarla como hija, algo que ella aceptó agradecida.

103. Ahora que su condición había mejorado, Samavati se dedicó a ayudar para que las multitudes de refugiados pudieran superar ese momento. Ella generó orden y disciplina en la distribución de los alimentos, y pronto, en vez de multitudes ruidosas que se empujaban, se formaron filas ordenadas, asegurando que todos recibieran su ración correcta y que nadie se fuera sin comida. Un día, Ghosita, un comerciante rico que había sido nombrado tesorero real, estaba paseando por la ciudad y notó la eficiencia con que estaba siendo realizado el programa de distribución de comida. Le preguntó a Mitta quién era el responsable de eso. Ghosita fue presentado a Samavati, quien al verla inmediatamente quedó impactado por su belleza y por la paciencia con la que ella realizaba su trabajo. Le preguntó a Mitta si él podría adoptar a Samavati. Mitta asintió con renuencia, sabiendo que Samavati sería ahora heredera de una gran fortuna. Así que en unos pocos meses, Samavati pasó de la destitución a la riqueza y el estatus.

Pero pronto ella comenzó a elevarse aun más. Ahora que ella se movía en círculos altos, no pasó mucho tiempo hasta que su nombre llegó a oídos del Rey Udena de Kosambi. El Rey ya tenía dos esposas, Vasultadatta y Magandiya, de las cuales las dos, aunque físicamente hermosas, tenían un carácter poco atractivo, y Udena estaba infeliz y solitario. Apenas vio a Samavati, se enamoró de ella y resolvió tomarla como esposa. Le informó a Ghosita sobre su deseo, algo que lo llenó de tristeza, ya que Ghosita la amaba profundamente y había llegado a verla como su propia hija. Pero aunque el Rey Udena tenía la reputación de encolerizarse cuando no lograba lo que quería, Ghosita decidió rechazar la solicitud del rey. El rey se puso furioso. Despidió a Ghosita de su puesto, lo expulsó de Kosambi, y confiscó toda su riqueza. Samavati se entristeció profundamente por esto, y para salvar a su padre adoptivo fue a ver a Udena y le ofreció ser su esposa, después de lo cual el rey detuvo la persecución de Ghosita. Samavati era paciente por naturaleza y aceptaba las cosas tal como eran, así que pronto se estableció en su nueva vida en el palacio real, y aprendió a sobreponerse a los ocasionales estallidos del temperamento de Udena, y él a su vez la amaba profundamente.

104. Una de las sirvientas de Samavati era Khujjuttara, así llamada porque tenía una joroba en la espalda. Como las otras mujeres de la casa real, Samavati estaba confinada al palacio. Así que cuando quería flores para adornar su cabello, debía enviar a su sirvienta. Todos los días, ella le daba ocho piezas de dinero a Khujjuttara, que gastaba cuatro en las flores y se guardaba cuatro para ella. Un día, mientras Khujjuttara estaba haciendo sus diligencias habituales, vio a un grupo de gente sentada, escuchando al Buda, y por curiosidad se detuvo a escuchar de qué se estaba hablando. El Buda notó a esta mujer en el fondo de la multitud, y aunque tenía una apariencia fea, pudo decir que ella tenía un buen potencial para comprender el Dhamma. Cambió el tema principal de su charla por un tema al que sabía que ella podría responder, y hacia el final de la charla Khujjuttara se había convertido en una que Entra en la Corriente. Aunque ella no sabía lo que le había sucedido, ahora sentía remordimiento por haber robado dinero a Samavati, y al regresar se inclinó ante la reina y confesó su error. También le contó sobre el Buda y su enseñanza. Samavati estaba fascinada, tanto por el cambio drástico en Khujjuttara como por lo que había escuchado acerca de las enseñanzas del Buda, y después de perdonarla la urgió a ir para encontrar más sobre el Dhamma. Así que cada día, Khujjuttara iba a escuchar al Buddha y repetía fielmente a Samavati todo lo que había escuchado, quien eventualmente tomó los Tres Refugios y más tarde influyó a las demás mujeres del palacio para que hicieran lo mismo.

Un día, cuando estaba de particular buen humor y complacido con Samavati, el Rey Udena le ofreció darle lo que ella deseara. Durante mucho tiempo ella había querido escuchar el Dhamma del Buda en persona, así que directamente le pidió que el Buda fuera invitado al palacio, y el rey dio órdenes para que se enviaran las invitaciones. El Buda rechazó la invitación pero instruyó a Ananda para que fuera en su lugar. Ananda dio una charla a los nobles reunidos, y por el momento en que la charla terminaba, Samavati se había convertido en una que Entra en la Corriente. Con el estímulo de Samavati, muchos miembros de la familia real se hicieron luego budistas entusiastas, aunque el volátil y cabeza dura Udena expresaba poco interés en cualquier religión, especialmente en una que requería una disminución de la ira. Pero gradualmente, por medio de la persuasión suave y paciente de Samavati, incluso él llegó a meditar, aunque con renuencia al principio, finalmente su temperamento fue mejorando.

105. Mientras tanto, una de las otras esposas del Rey Udena, Magandiya, gradualmente se fue poniendo celosa de Samavati. Nunca perdía la ocasión de hacer comentarios sarcásticos, tanto frente a Samavati como a sus espaldas, para ridiculizar su religión y despreciar sus esfuerzos genuinos de práctica, y para menospreciarla ante del rey. A pesar de esto, Samavati rehusaba desquitarse, y seguía siendo tan amable y bien intencionada hacia Magandiya como si fuera cualquier otra persona, lo que sólo servía para hacer más hostil a Magandiya. Después, ella intentó poner al rey en contra de Samavati, haciéndole creer que Samavati estaba complotando contra él, pero tampoco tuvo éxito. Finalmente decidió hacer matar a Samavati. Con la ayuda de sus parientes, Magandiya planeó hacer incendiar la habitación de las mujeres del palacio. Estaba tan llena de odio que se preparaba a arriesgar la vida de las otras mujeres que vivían allí sólo para matar a su rival. Los incendiarios hicieron su trabajo y Samavati, junto a otras casi 500 personas, murieron en el incendio. El Rey Udena estaba destruido con la muerte de Samavati, y entró en un largo periodo de luto. Cuando comenzó a pensar cómo podría haber ocurrido la tragedia, gradualmente se dio cuenta de que no había sido un accidente. Él sospechaba de Magandiya, pero como se sabía incapaz de presionarla para que confesara, decidió usar otros medios. Un día, en presencia de Magandiya, el rey le dijo a uno de sus ministros: “Siempre sospeché que Samavati estaba complotando contra mí. Ahora que ha muerto, puedo dormir en paz. Quienquiera que haya sido el que se deshizo de ella me ha hacho un gran favor, y si supiera quien fue, le daría una recompensa”. Siempre lista para ganar los favores del rey, Magandiya se adelantó inmediatamente y le dijo al rey que ella, con la ayuda de sus parientes, había incendiado la habitación de las mujeres. Udena fingió deleitarse y le dijo que llamara a sus parientes para poder darles la recompensa. Más tarde, cuando Magandiya llevó a los conspiradores ante la presencia del rey, se dio cuenta por su expresión que había sido engañada y que había cometido un gran error. En una furia incontrolable, el Rey Udena ordenó que Magandiya y los demás fueran arrestados y luego quemados vivos fuera del palacio. La gente estaba horrorizada por las acciones del rey, pero la mayoría creía que Magandiya había tenido lo que se merecía.