Introducción del traductor
Cuando Bhikkhu Sujato accedió generosamente a tener un blog en nuestra web, para que nuestros usuarios y visitantes puedan hacerle preguntas referentes a la práctica budista, la meditación u otro tópico relacionado con el budismo o con la espiritualidad, en general, le pregunté si podría escribir algunas palabras iniciales dirigidas especialmente a nosotros. El Bhante, no solamente accedió gustoso, sino que también me preguntó sobre algún tema específico que podría sernos especialmente útil. Se me ocurrió, entonces, contarle sobre la peculiaridad de este grupo que conformamos los colaboradores de esta web, la cual consiste en este curioso hecho, según el cual casi ninguno de nosotros ha conocido al otro en la vida real. Consecuentemente, (1) esta web es el único lugar de nuestros encuentros y (2) en nuestros respectivos lugares de residencia, en la mayor parte de los casos, estamos destinados a realizar nuestra práctica, casi solitariamente. Precisamente a ésto, se debe el contenido del siguiente mensaje que Bhikkhu Sujato dirige a nosotros.
Mensaje inaugural del Bhikkhu Sujato para los usuarios del Bosque Theravada
Durante mi estadía en Malasia, una vez remarqué a un grupo de personas, que nunca me sentía sólo, excepto cuando estaba dentro de una muchedumbre. Por alguna razón, a ellos les pareció esto como algo gracioso, pero yo nunca entendí por qué y estoy tratando de encontrar la razón, hasta el día de hoy.
Pero aquello lo dije muy seriamente. Estando a solas, somos intocables. Somos autosuficientes. Somos dueños de nuestras propias vidas. Además, existe un consuelo en la soledad; hay una tranquilidad que se origina en haber mitigado las pretensiones relacionadas con las expectativas sociales y nuestras respuestas a ellas. Nos damos cuenta de que todo esto es fácil de resolver dentro de nosotros mismos, cuando seguimos nuestro propio ritmo. Cuando miramos la soledad con el corazón puro, tanto la meditación como la contención llegan a ser algo natural.
Sin embargo, este consuelo, hasta cierto punto, es una ilusión. No importa qué tan quietos y tranquilos estemos, aún así nuestras vidas inexorablemente están ligadas a los demás. Todos los días inhalamos el aire que ha sido exhalado por los árboles; tomamos el agua que se originó en el océano; nos alimentamos de la comida que produjo la tierra. Cada momento consciente de nuestras vidas, nos recuerda este profundo sentido de la conexión.
Y así la paradoja de la vida espiritual: el Buda nos alienta a buscar la soledad, a evitar la excesiva socialización, a buscar la paz en nuestros propios corazones. Y, sin embargo, él dijo su célebre frase, según la cual la amistad espiritual es la totalidad de la vida santa. Ésta es una de estas cosas, las cuales un observador casual mira como una paradoja, pero que se convierte en una profunda verdad, para un practicante espiritual.
En el sentido práctico, nosotros necesitamos a ambas cosas: la soledad y la compañía espiritual. Formar una comunidad budista, en gran medida, consiste en gestionar esta dinámica: ni excesivamente mucho, ni demasiado poco. Nuestros compañeros espirituales –sean ellos monjes o budistas de la Red Internet- velan por nosotros y nos ayudan cuando estamos en alguna necesidad. Y por otro lado, de nuestra soledad proviene la fuerza y la sabiduría que nos permite ayudar a otros, cuando se encuentran necesitados.
Bhante Sujato
Tradujo, para el Bosque Theravada: Isidatta
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When I was staying in Malaysia, I once remarked to a group of people that I never feel lonely, except when I’m in a crowd. For some reason, they thought this was very funny. I’ve never quite understood why, I guess it was just of the moment.
But it was meant very seriously. Alone, we are whole. We are self-sufficient. We are the agents of our own lives. And there is solace in solitude; an ease that comes from relaxing the pretenses of social expectations and responses. We find it easy to settle into our own rhythms, to find ourselves. Meditation becomes natural, restraint becomes normal, if we seek solitude with a pure heart.
Yet this solace is, to some extent, an illusion. No matter how quiet and easeful we may be when alone, our lives are still inextricably bound with others. Every day we breathe air that has been breathed out by the trees; we drink water that has arisen from the ocean; we eat food that has fromed from the earth. Every waking moment of our lives is a reminder of this deep sense of connection.
And so the paradox of spiritual life: the Buddha encouraged us to seek our solitude, to avoid excessive socializing, to seek peace in our own hearts. And yet he famously said that spiritual friendship is the whole of the holy life. This is another of those things that, to a casual observer, looks like a paradox, but to a spiritual practitioner becomes a deep truth.
In a practical sense, we need both solitude and spiritual companionship. Forming a Buddhist community is largely about managing this dynamic; not too much nor too little. Our spiritual companions – whether fellow monastics, or internet buddies – look out for us and help us when we are in need. And in our solitude we find the strength and wisdom to help them when they are in need.
Bhante Sujato