Llevaba ya un tiempo queriendo escribir algo en el Blog, pero siempre se me iba la «inspiración». Además, me dio la sensación de que mis otros posts fueron un tanto pretenciosos. No sé. Todavía tengo que pillarle el punto a esto del blog.
El caso es que estaba meditando de mala manera (ya sabéis, poca concentración, muchos pensamientos y poca observación de los pensamientos) y, cuando llevaba unos 45 minutos, he comenzado a inquietarme. Sabéis que suelo sentarme una hora, y siempre paso esos últimos 15 minutos más o menos tenso, queriendo levantarme, mirando el reloj muchas veces, etc.
Siempre asumí que se debía a mi impaciencia (que también) y a que soy inquieto y no aguanto mucho sentado y sin hacer nada. Pero es otra cosa. Leña, es que duele.
Mi pierna derecha se duerme entera. Es una sensación extraña, porque se me habían dormido cachos, peor desde que medito, se me duerme de la punta de los dedos hasta la nalga (nalga incluida). Y empieza a hormiguear, a doler, a pinchar…lo que me distrae fácilmente y hace que esos últimos 15-20 minutos de meditación sean bastante horribles (bueno, tampoco es que el resto sea maravilla y felicidad, pero me entendéis).
A veces, cuando estoy más lúcido, me doy cuenta de ello y dirijo mi atención hacia el dolor. La mayor parte de las veces, genero compasión, acepto el dolor, y dejo de aferrarme a él. Los mejores resultados han sido cuando realmente he dejado ir el deseo de que se vaya el dolor (y digo realmente porque muchas vecescreo estar siendo compasivo con el dolor y aceptándolo, pero por dentro sigo pensando: «¡Por favor, vete ya!).
Hoy, sin embargo, me he centrado en el dolor, pero solo para verlo, no para aceptarlo o compadecerlo, y me he dado cuenta de eso que dicen algunos maestros de que el dolor «salta» (cuando te centras en él, de repente empieza a dolerte otra parte)…aunque no siempre ocurre.
A veces, muy pocas, lo mando todo a freír espárragos y cambio la postura, aunque sigo pensando que es como hacer trampa o algo así.
Creo que el dolor puede ser un muy buen maestro: te enseña los fallos de tu concentración, te pone a prueba, te hace aprender a rendirte, etc. Sí, un buen maestro. Pero narices, cómo duele.