Primera verdad: sufrimiento

Ésta, oh monjes, es la Noble Verdad del Sufrimiento. El nacimiento es sufrimiento, la vejez es sufrimiento, la enfermedad es sufrimiento, la muerte es sufrimiento, asociarse con lo indeseable es sufrimiento, separarse de lo deseable es sufrimiento, no obtener lo deseado es sufrimiento. En breve, los cinco agregados de la adherencia son sufrimiento.

Ayer, cuando iba al cine con mis amigos, me crucé con un grupo de chavales que estaban rodeando a otro que estaba tumbado en el suelo. Al principio, pensé que sería otro chico más que se había pasado bebiendo, que sus colegas estaban llamando a la ambulancia, y que pronto vendrían a llevárselo. Es decir, nada fuera de lo normal. Pero pronto vimos un reguero de sangre en el suelo, y a un chico cogiéndose el brazo, que sangraba, mientras gritaba: «¡Le voy a matar!¡Déjame que le mate!», mientras un amigo suyo intentaba tranquilizarle. Bien, pensé, este chico y el que estaba en el suelo se han pegado, y ahora está todo bajo control, mientras esperan a la ambulancia o la policía.

 

Pero cuando seguimos adelante, vimos a un grupo de chicos alrededor de un hombre, dándole patadas mientras el otro se retorcía en el suelo, gritando improperios varios, y frases como: «¡Mátale ya, ha apuñalado a mi amigo!». Una señora intentaba que dejasen de pegarle, y la apartaron de un empujón, ordenándole que no se metiese. Justo cuando estábamos llegando a su altura, los chicos se fueron a reunirse con sus amigos calle ariba, dejando al hombre sangrando en el suelo. Mis amigos torcieron el gesto, y siguieron adelante. «El cementerio está lleno de valientes», dijo uno.

 

¿Sabéis? Nunca antes había visto algo tan brutal, tan cerca. En realidad he visto muy pocas peleas, y siempre fueron en el colegio, así que os podéis imaginar la poca envergadura que tuvieron. Pero esto, esto era real. Estaban pegándole una paliza al pobre hombre. Y sentía que no podía girar la vista hacia otro lado. Me acerqué al hombre, que parecía bastante atontado, y seguía consciente, y le pregunté si estaba bien. Le ayudé a levantarse y le llevé a la acera, y le pregunté a la mujer si habían llamado a la policía. Ni siquiera pensé qué hacía ese hombre con una navaja en la mano, sólo que necesitaba ayuda. Justo en ese momento, unos 6 o 7 chicos del otro grupo volvieron a por el hombre, le tiraron al suelo, y volvieron a darle patadas en la cabeza. Me puse delante de uno, e intenté tranquilizarle: «Ya le habéis pegado bastante, ¿no? Calmaos un poco». Me echó a un lado con un empujón, y me alejé, al ver que no podía hacer nada. Mis amigos me llamaban para que fuese con ellos…y lo hice. En ese momento, llegó la policía, que apartó a los chicos del hombre y controló la situación.

 

Yendo a cenar con mis amigos, uno de ellos me vio la mano llena de sangre (de cuando cogí al hombre para levantarle) y, preocupado, me dijo: «Mira lo que te has hecho. ¿Y si ese tío tenía hepatitis? Tienes que tener más cuidado, Pablo, o un día te va a pasar algo». Un día te va a pasar algo. Es curioso cómo el miedo llega a dominar nuestras vidas, ¿verdad? Ves un hombre tirado en el suelo, después de que le hayan pegado una paliza, y en vez de ir a ayudarle, sigues tu camino por miedo a que tenga hepatitis. O por miedo a que esos chicos te peguen a ti por defenderle. Qué absurdo, ¿no?

 

Supongo que algo así debió sentir Siddharta Gotama cuando, al salir por primera vez de su palacio, vio a un hombre enfermo, o a un viejo, o a un muerto. El sufrimiento, dándote de frente. Esos chicos, sufriendo porque el hombre había apuñalado a su amigo. El hombre, sufriendo por la paliza que estaba recibiendo (y porque, ¿qué te hace apuñalar a un chico, sino tu propio sufrimiento?). Mis amigos y yo, sufriendo por el miedo a que nos hiciesen algo.

 

Y pensé que, si vivimos esclavos de ese miedo, no estamos viviendo realmente. No podemos ser libres, no podemos ser verdaderamente felices, si no nos liberamos del miedo, del sufrimiento. No quiero ser esclavo. No quiero tener miedo. No quiero olvidarme de por qué sigo este camino…pero eso no es problema, porque dukkha me encontrará, y me recordará que existe, una y otra vez, hasta que ya no lo vea en mí. Dukkha me enseña el camino.