Del artículo «La toma de refugio y la recepción de los cinco preceptos«, por Bhikkhu Bodhi.
B. LA RECEPCIÓN DE LOS PRECEPTOS
La toma de refugio en la Triple Joya –el Buda, el Dharma y la Sangha es la puerta de entrada a la enseñanza del Buda. Para entrar en la enseñanza hemos de pasar a través de esta puerta, pero una vez que hemos hecho el compromiso inicial mediante la toma de refugio es necesario ir más allá y poner la enseñanza en práctica. La enseñanza del Buda no es un sistema de salvación a través de la fe. Es esencialmente un sendero que conduce al Nirvana, el fin del sufrimiento. Desde el principio necesitamos un cierto grado de fe como incentivo para entrar en el sendero, pero el progreso hacia el fruto depende fundamentalmente sobre nuestra propia energía e inteligencia en seguir el sendero a través de sus etapas sucesivas. La enseñanza aparta el logro de la liberación de cualquier recurso externo y lo coloca en nuestras propias manos. Hemos de realizar el fruto por nosotros mismos, dentro de nosotros, gracias al trabajo interior con la guía de las enseñanzas del Buda.
El sendero de liberación señalado por el Buda consiste en la triple práctica de la disciplina ética (sîla), la concentración (samâdhi) y la sabiduría (prajñâ). Estas tres divisiones del sendero se sitúan en dependencia sobre su predecesora –la concentración sobre la disciplina ética y la sabiduría sobre la concentración. Como veremos enseguida, el fundamento de todo el sendero es la práctica de la disciplina ética. Debido a que esta primera sección del sendero juega un rol central, es de una importancia vital para un practicante serio el obtener una clara comprensión de su significado esencial y el modo en que ha de practicarse. Para ayudar en el desarrollo de dicha comprensión presentamos una explicación de la práctica de sila o disciplina ética, mostrando especial atención a su forma más básica que es la observancia de los cinco preceptos (pañchasîla). El tema será tratado bajo los siguientes encabezamientos: (I) «El significado esencial de sîla»; (II) «Los cinco preceptos»; (III) «Los ocho preceptos»; (IV) «Los beneficios de sîla»; (V) «El compromiso de sîla»; (VI) «La ruptura de sîla» y (VII) «Los símiles de sîla».
I. El significado esencial de sîla
La palabra pali para designar la disciplina ética, sîla, tiene tres niveles de significado: (1) virtud interior, es decir, dotación de cualidades tales como benevolencia, contentamiento, simplicidad, veracidad, paciencia, etc.; (2) acciones virtuosas del cuerpo y del habla que expresan externamente dichas virtudes internas; (3) reglas de conducta que gobiernan las acciones del cuerpo y del habla designadas para ser armonizadas con los ideales éticos. Estos tres niveles están íntimamente interrelacionados y no siempre son distinguibles en casos individuales. Pero si los aislamos, sîla como virtud interior puede denominarse como el propósito de practicar la disciplina ética, sîla como acciones purificadas de cuerpo y habla son la manifestación de dicho propósito, y sîla como reglas de conducta son los medios sistemáticos para actualizar el propósito. Así pues, sîla como virtud interior se establece situando nuestras acciones corporales y verbales en acuerdo con los ideales éticos, y esto se realiza siguiendo reglas de conducta creadas para dar a dichos ideales una forma concreta.
Los textos del BudaDharma explican que sîla tiene la característica de armonizar nuestras acciones de cuerpo y habla. Sîla armoniza nuestras acciones poniéndolas en acuerdo con nuestros verdaderos intereses, con el bienestar de los otros y con las leyes del universo. Las acciones contrarias a sîla conducen a un estado de autodivisión marcado por la culpa, la ansiedad y el remordimiento. Pero la observancia de los principios de sîla sana esta división, haciendo converger nuestras facultades internas en un estado de unidad equilibrado y centrado. Sîla también produce la armonía con los demás. Mientras que las acciones realizadas sin considerar los principios éticos conducen a relaciones infundidas por la competitividad, explotación y agresión, las acciones que encarnan tales principios promueven la concordia entre seres humanos –paz, cooperación y respeto mutuo. La armonía realizada por el mantenimiento de sîla no se detiene en un nivel social, sino que conduce nuestras acciones en armonía con una ley más elevada –la ley del karma, de la acción y su fruto, que reina de modo invisible tras la totalidad del mundo de la existencia sensible.
La necesidad de interiorizar la virtud ética como el fundamento del sendero, se traduce en un conjunto de preceptos establecidos como líneas rectoras de una conducta positiva. El conjunto más básico de preceptos encontrado en la enseñanza del Buda es el panchasîla, los cinco preceptos, consistentes en los siguientes cinco principios de práctica:
(1) El principio de práctica de abstenerse de quitar la vida.
(2) El principio de práctica de abstenerse de tomar lo que no ha sido dado.
(3) El principio de práctica de abstenerse de una conducta sexual desviada.
(4) El principio de práctica de abstenerse de hablar falsamente.
(5) El principio de práctica de abstenerse de sustancias embriagantes que son la base para la negligencia.
Estos cinco preceptos son el código ético mínimo vinculado al laicado del Buda Dharma. Son administrados regularmente por los monjes a los discípulos laicos en cada ritual y ceremonia, inmediatamente después de dar los tres refugios. También son renovados cada día por practicantes serios como parte de su recitación diaria.
Los preceptos funcionan como el corazón de la práctica de la disciplina ética. Tienen el propósito de producir, a través de una práctica metódica, la pureza interior de voluntad y motivación que se expresa como conducta corporal y verbal virtuosa. Por ello, el término equivalente para precepto es sikkhapada, que significa literalmente «principio de práctica», es decir, un factor de práctica en la disciplina ética. Sin embargo, la formulación de la virtud ética en términos de reglas de conducta se topa con una objeción que refleja una actitud que se está volviendo cada vez más extendida. Esta objeción, suscitada por el generalista ético, cuestiona la necesidad de encerrar la ética en el molde de normas específicas. Se afirma que simplemente basta con tener buenas intenciones y dejarnos guiar por nuestra intuición sobre lo que es correcto y equivocado. Someterse a normas de conducta sería cuanto menos superfluo y en el peor de los casos, conduciría a una concepción encorsetada de la moralidad, a un sistema ético constrictivo y legalista.
La réplica del BudaDharma es que, admitiendo que la virtud ética no podría equipararse lisa y llanamente con ningún conjunto de normas, o con una conducta externa que acata las normas, sin embargo, las normas tienen el valor de ayudar al desarrollo de la virtud interior. Sólo unos pocos individuos excepcionales pueden alterar las complicaciones de sus vidas con un mero acto de voluntad. La inmensa mayoría de los seres humanos han de proceder más despacio, con la ayuda de un conjunto de hitos que les ayude gradualmente a cruzar las ásperas corrientes de la avidez, la aversión y la ignorancia. Si el proceso de autotransformación que es el corazón del sendero del Buda comienza con la disciplina ética, entonces la manifestación concreta de esta disciplina reside en las líneas de conducta representada por los cinco preceptos, que requieren nuestra adhesión como medios hábiles de autotransformación. Los preceptos no son mandatos impuestos desde fuera, sino principios de práctica que cada ser humano toma sobre sí mismo a través de su propia iniciativa y se esfuerza en seguirlos con conciencia y comprensión. Las fórmulas de los preceptos no dicen: «Debes abstenerte de esto o aquello», sino que dicen: «Me comprometo con el principio de práctica de abstenerme de tomar la vida, etc.». Aquí, el énfasis se sitúa, al igual que a través de todo el sendero, sobre la autoresponsabilidad.
Los preceptos generan disposiciones virtuosas mediante un proceso que implica la sustitución de los opuestos. Todas las acciones inhibidas por los preceptos –matar, robar, adulterio, etc. están motivadas por factores mentales perjudiciales denominados en la terminología del Dharma como «contaminaciones» (kilesa). Al involucrarnos en dichas acciones consciente y voluntariamente, reforzamos el aferramiento de las contaminaciones sobre la mente hasta el punto de convertirlas en nuestros rasgos dominantes. Pero cuando asumimos la práctica de la observancia de los preceptos ponemos freno a la corriente de los factores mentales perjudiciales. En ese momento tiene lugar el proceso de «sustitución de factores», por el que las contaminaciones son reemplazadas por estados saludables que arraigan de un modo más profundo a medida que proseguimos la práctica.
En este proceso de autotransformación, los preceptos extraen su eficacia de otro principio psicológico: la ley del desarrollo mediante la repetición. A pesar de que al comienzo una práctica suscite cierta resistencia interna, si es repetida una y otra vez con comprensión y determinación, las cualidades que pone en juego pasan imperceptiblemente a la constitución de la mente. En general comenzamos aferrados a las actitudes negativas, impulsados por emociones torpes. Pero si observamos que tales estados conducen al sufrimiento y que para liberarse del sufrimiento debemos abandonarlos, entonces tendremos la suficiente motivación en asumir la práctica indicada para contrarrestarlos. Esta práctica comienza con la observancia externa de sîla, para proceder después a la interiorización del auto control a través de la meditación y la sabiduría. Al principio, el mantenimiento de los preceptos puede requerir un esfuerzo especial, pero gradualmente las cualidades virtuosas que encarnan ganarán fuerza hasta que nuestras acciones fluyan a partir de ellos de un modo tan natural y suave como el agua de una fuente.
Los cinco preceptos son formulados en acuerdo con el algoritmo ético de colocarse uno mismo como criterio para determinar cómo actuar en relación con los demás. En pali el principio se expresa mediante la frase attanam upamam katva: «Considerate a ti mismo como semejante a los demás y a los demás como semejantes a ti mismo». El método de aplicación consiste en un sencillo intercambio imaginativo de uno mismo y los demás. Con el propósito de decidir si seguir o no una línea de acción particular, nos tomamos a nosotros mismos como modelo y consideramos qué podría ser placentero y doloroso para nosotros mismos. Después reflexionamos que los demás son básicamente semejantes a nosotros, y así, lo que es placentero y doloroso para nosotros es también placentero y doloroso para ellos. Así como no querríamos que los demás nos causasen daño, igualmente no deberíamos causar daño a otros. Tal y como explica el Buda:
«En este asunto el noble discípulo reflexiona: `Aquí estoy, afectuoso de mi vida, no deseando morir, afecto al placer y adverso al dolor. Supongamos que alguien quisiera quitarme la vida, esto no sería algo placentero o gozoso para mí. Si yo, a su vez, fuese a quitar la vida a otro afectuoso de su vida, que no desea morir, alguien afecto al placer y adverso al dolor, no sería cosa placentera o gozosa para él. Pues este estado que no es placentero o gozoso para mí no debe ser placentero o gozoso para otro: y un estado no querido y no placentero para mí, ¿cómo podría yo causarlo a otro?’ Como resultado de tal reflexión se abstiene de quitar la vida de las criaturas y anima a otros a abstenerse, y habla elogiosamente de tal abstención».
Samyuttanikaya, 55, nº 7.
Este método deductivo es utilizado por el Buda para derivar los cuatro primeros preceptos. El quinto precepto, abstenerse de sustancias embriagantes, da la impresión de que tiene relación únicamente con uno mismo, con lo que introduzco en mi cuerpo. Sin embargo, dado que la violación de este precepto puede conducir a la violación de todos los demás preceptos y dañar ulteriormente a terceros, sus implicaciones sociales son más profundas de lo que parece evidente a primera vista, situándose así en línea con el mismo método de derivación.
La ética del BudaDharma, tal y como es formulada en los cinco preceptos, a veces es acusada de ser completamente negativa. Es criticada en base a que es una ética únicamente de evitación carente de cualquier ideal de acción positiva. Frente a dicha crítica pueden darse algunas líneas de réplica. En primer lugar, ha de subrayarse que los cinco preceptos, e incluso los códigos de preceptos más extensos promulgados por el Buda, no agotan la totalidad del ámbito de la ética del BudaDharma. Los preceptos son únicamente el código más rudimentario de la práctica ética, pues el Buda también propone otros principios éticos que inculcan virtudes positivas muy precisas. Por ejemplo, el Mangala sutta recomienda humildad, contentamiento, gratitud, paciencia, generosidad, etc. Otros discursos prescriben una familia numerosa, deberes sociales y políticos que establecen el bienestar de la sociedad, y tras estos deberes subyacen las cuatro actitudes emocionales denominadas «inconmensurables» –amor, compasión, alegría altruista y ecuanimidad.
Retornando a los cinco preceptos, diremos ahora algunas palabras en defensa de su formulación negativa. Cada principio ético incluido en los preceptos contiene dos aspectos, uno negativo, que es un principio de abstinencia, y otro positivo, que es una virtud para ser cultivada. Estos aspectos se llaman respectivamente, varitta (evitación) y caritta (realización positiva). Así pues, el primer precepto es formulado como una abstención de destruir la vida, el cual es en sí mismo varitta, un principio de abstinencia. Pero en correspondencia con éste, también encontramos en las descripciones de la práctica de este precepto un caritta, una cualidad positiva para ser desarrollada, que es la compasión. Así, en los sutras se dice: «El discípulo, absteniéndose de quitar la vida, mora sin bastón o espada, consciente, lleno de simpatía, deseoso de beneficiar a todos los seres». De modo que, junto al aspecto negativo de abstenerse de quitar la vida se halla el aspecto positivo de desarrollo de la compasión y simpatía hacia todos los seres. Igualmente, la abstinencia de tomar lo que no ha sido dado se empareja con la honestidad y el contentamiento, la abstinencia de conducta sexual desviada se corresponde con la fidelidad matrimonial en el caso de los laicos y con el celibato en el de los monjes, la abstinencia de hablar falsamente se corresponde con hablar la verdad y la abstinencia de sustancias embriagantes se empareja con la vigilancia.
Sin embargo, a pesar de reconocer este doble aspecto, se podría suscitar otra duda: si hay dos aspectos para cada principio ético, ¿por qué se describe únicamente como una abstinencia? ¿Por qué no comprometerse también con principios de práctica que desarrollen virtudes positivas como la compasión, honestidad y otras?
La respuesta es doble. Primero, con el objeto de desarrollar las virtudes positivas tenemos que comenzar por abstenernos de las cualidades negativas que se oponen a las primeras. El crecimiento de las virtudes positivas quedaría atrofiado o deformado mientras las contaminaciones sigan imperando sin ser reconocidas. No podemos cultivar la compasión mientras al mismo tiempo permitimos el matar, o cultivar la honestidad mientras seguimos robando y haciendo fraude. Desde el primer momento tenemos que abandonar lo perjudicial mediante el aspecto de evitación. Sólo cuando hayamos asegurado un fundamento en la evitación de lo perjudicial podremos esperar tener éxito en el cultivo de los factores de una realización positiva. El proceso de purificación de la virtud puede compararse al crecimiento de un jardín de flores sobre una parcela de tierra sin cultivar. No comenzamos plantando las semillas a la espera de una maravillosa producción, sino que debemos empezar con el insípido trabajo de quitar las malas hierbas y preparar los arriates. Sólo después de que hayamos arrancado las malas hierbas y nutrido el suelo podremos plantar las semillas con la confianza de que las flores crecerán saludablemente.
Otra razón de que los preceptos sean formulados en términos de abstinencia es que el desarrollo de virtudes positivas no puede ser prescrito mediante reglas. Los principios de práctica pueden regir lo que tenemos que evitar y realizar en nuestras acciones externas, pero sólo los ideales de aspiración y no las reglas podrán guiar lo que se desarrolla en nuestro interior. Así pues, no podríamos tomar el principio de práctica de ser siempre amoroso hacia los demás. Imponernos tal regla sería colocarnos en una doble atadura, pues las actitudes internas no son tan simples ni dóciles como para que puedan ser determinadas por decreto. El amor y la compasión son los frutos de nuestro trabajo interior, no del asentimiento a un precepto. Lo que sí podemos hacer es comprometernos con el precepto de abstenernos de destruir la vida y de dañar a otros seres. Después podremos hacer la declaración, preferiblemente sin demasiada ostentación, de desarrollar la benevolencia y aplicarnos al cultivo mental designado para nutrir su crecimiento.
Añadiremos algo más en lo concerniente a la formulación de los preceptos. A pesar de su estilo negativo, incluso con dicha forma los preceptos son productores de tremendos beneficios tanto para los demás como para uno mismo. El Buda dice que alguien que se abstenga de la destrucción de la vida otorga una seguridad inconmensurable a incontables seres vivientes. El modo en que la sencilla observancia de un solo precepto conduzca a tal resultado no es inmediatamente obvio, pero sugiere cierta reflexión. Ahora y por mí mismo, jamás podré dar una seguridad inconmensurable a otros seres mediante ningún programa de acción positiva. Incluso si protestase contra todas las matanzas del mundo, o marchase contra la guerra continuamente sin detenerme, mediante tales acciones nunca podría frenar el sacrificio de animales o asegurar el fin de la guerra. Pero cuando adopto por mí mismo el precepto de abstenerme de destruir la vida, entonces en base al precepto no destruyo la vida de ningún ser viviente intencionadamente. Así, cualquier otro ser puede sentirse seguro en mi presencia; todos los seres están seguros de que nunca recibirán daño de mí. Desde luego, incluso en ese caso nunca podré asegurar que otros seres vivientes estarán completamente inmunes del daño y del sufrimiento, pero esto se halla fuera de mi poder. Todo lo que queda bajo mi poder y la esfera de mi responsabilidad son las actitudes y acciones que emanan de mí mismo hacia los demás. Y mientras estas se hallen circunscritas por el principio de práctica de abstenerse de quitar la vida, ningún ser viviente necesitará sentirse amenazado en mi presencia, o temer algún daño o sufrimiento proveniente de mí.
El mismo principio se aplica a los otros preceptos. Cuando me comprometo con el precepto de abstenerme de tomar lo que no me ha sido dado, nadie tiene motivo para temer que le robaré sus pertenencias; las pertenencias de los demás están seguras junto a mí. Cuando me comprometo con el precepto de abstenerme de una conducta sexual desviada, nadie tiene motivo para temer que trataré de transgredirlo contra su esposa. Cuando me comprometo con el precepto de abstenerme de hablar falsamente, entonces cualquiera que hable conmigo puede tener la confianza de que escucharán la verdad; mi palabra podrá ser considerada como honrada y fiable incluso en asuntos de máxima importancia. Y dado que me comprometo con el precepto de abstenerme de sustancias embriagantes, entonces uno podrá estar seguro de que los crímenes y transgresiones que resultan de la embriaguez nunca serán cometidos por mí mismo. De este modo, mediante la observancia de los cinco preceptos doy una seguridad inconmensurable a incontables seres, simplemente gracias a estas cinco silenciosas pero poderosas determinaciones establecidas en mi mente.