He aquí que un monje se retira al bosque, bajo la sombra de un árbol o a una cabaña vacía, se sienta cruzando las piernas, su cuerpo erguido y presta atención. Siempre atento, inhala; atento, exhala. (MN118)
Me llamo David.
Vivo en Hee, Dinamarca.
Hee se dice ji, con jota andaluza. La i es muy corta.
Por la mañana, cuando el cielo está rojo, me rompo en pedacitos.
Entonces me voy en bici a la estación.
A veces voy en bici hasta el mar. El mar del oeste.
Hace viento.
Me rompo otra vez, se me lleva el viento.
Hago surf sobre las olas y sonrío.
En silencio.
También puedo reir. Y gritar.
Si braman las olas, si me llaman con su voz profunda, si intentan agarrar mi corazón con sus blandas manos, me lleno de algo y les grito.
Es porque me lleno de alegría, una alegría salvaje, una fuerza rara.
Pero nadie escucha mi grito.
Es secreto.
No sé si alguien me ve brillar.
Pero me da completamente igual
Tengo también un pelo secreto. Un pelo blanco justo entre los ojos.
Es largo, más largo que el pelo de mi cabeza. Tan largo como los que tengo en las orejas.
Es porque medito.
Me siento en silencio por las mañanas, antes de que se levante el sol y respiro.
Inhalo.
Exhalo.
Y el pelo de la frente crece. ¡Puede llegar hasta los tres centímetros!
Pero me lo quito. Solo que crece otra vez (y, bueno, da igual; estoy orgulloso de mi pelo de meditación).
También medito por la noche, antes de irme a la cama.
Más tiempo.
Algunas veces subo en soledad, la hermosa soledad, a mi rincón de meditar.
Otras veces leo una historia para Alva y me siento junto a ella.
Ella se duerme mientras yo medito.
Inhalo.
Exhalo.
Es hermoso.
No sé si me quedo vacío o me lleno.
No sé cómo explicarlo.
Inhalo.
Exhalo