Del libro El Buda y sus discípulos, del Ven. Shravasti Dhammika.
18. Tan extraordinario era el Buda, tan infaliblemente amable y sabio, y un encuentro con él podía cambiar la vida de las personas tan positivamente, que aun mientras estaba vivo se contaban leyendas sobre él. En los siglos siguientes a su Nirvana final se llegó al nivel en que los mitos y las leyendas oscurecieron al verdaderamente real ser humano detrás de ellos, y se llegó a ver al Buda como a un dios. En realidad en Buda era un ser humano, no un “mero ser humano”, como se dice a veces, sino una clase especial de ser humano llamado “una persona completa” (mahapurisa). Tales personas completas no nacen diferentes de los demás, y de hecho físicamente siguen siendo bastante comunes. Pero por medio de sus propios esfuerzos llegan a completar cada potencial humano y a desarrollar su pureza mental y su comprensión hasta el nivel en el que exceden por lejos a los de los seres humanos comunes. Un Buda, una persona completa, es aun superior a un dios porque él o ella está incluso libre de los celos, de la ira y del favoritismo que se nos ha dicho que un dios es capaz de sentir.
19. Entonces, ¿cómo era el Buda? ¿Cómo hubiera sido conocerlo? El Buda medía cerca de un metro ochenta, tenía el cabello negro carbón, y una complexión marrón dorada. Cuando aun era un laico, llevaba el cabello y la barba largos, pero al renunciar al mundo los afeitó como cualquier otro monje. Todas las fuentes dicen que el Buddha era notablemente bien parecido. El Brahmán Sonadanda lo describe como “elegante, bien parecido, agradable a la vista, con una contextura de lo más hermosa. Tenía una apariencia y una forma como de dios, de ninguna manera es poco atractivo”. Vacchagotta dijo de él lo siguiente:
“Es hermoso, verdaderamente maravilloso, cuán serena es la buena apariencia de Gotama, cuán clara y radiante su contextura, así como la joroba dorada del otoño es clara y atractiva. Así como el fruto del árbol de palma recién caído del tallo es claro y radiante, así como un ornamento de oro rojo forjado en crisol por un artesano hábil, diestramente cincelado y colocado sobre una tela amarilla brilla, reluce, aun así, los sentidos del buen Gotama son calmados, su complexión es clara y radiante”.
Pero por supuesto, a medida que envejecía su cuerpo sucumbía a la impermanencia como lo hacen todas las cosas compuestas. Ananda lo describe en su vejez así:
“Es raro, Señor, es una incógnita cómo la piel del exaltado ya no es clara y radiante, cómo todos sus miembros están débiles y encogidos, lo inclinado que está su cuerpo y cómo puede verse un cambio en sus ojos, orejas, nariz, lengua y cuerpo.”
El último año antes de su Nirvana final el Buda dijo esto sobre sí mismo:
“Estoy viejo ahora, estropeado, venerable, alguien que ha transitado el camino de la vida, he llegado al fin de mi vida, teniendo ahora ochenta años. Así como una vieja carreta puede mantenerse unida por medio de correas, así también el cuerpo del Tatagatha sólo puede mantenerse en movimiento por medio de vendajes.”
Sin embargo, en su juventud la gente era atraída por la buena apariencia del Buda así como por su agradable personalidad y por su Dhamma. Sólo estar en su presencia era podía tener un efecto notable sobre las personas. Una vez Sariputta se encontró con Nakulapita y notando su comportamiento apacible le dijo: “Dueño de casa, tus sentidos están calmos, tu complexión es clara y radiante, supongo que hoy has tenido un encuentro cara a cara con el Exaltado…” Nakulapita respondió: “¿Cómo podría ser de otra manera, maestro? Acabo de ser rociado con el néctar”…
20. El Buda era un orador de gran maestría. Con una voz placentera, buena apariencia y compostura combinadas con el atractivo de lo que decía, podía conquistar a su audiencia. Uttara describió así lo que vio en un encuentro donde el Buda estaba hablando:
“Cuando está enseñando el Dharma a una asamblea en un parque, él no los exalta ni los desprecia sino más bien los deleita, los eleva, los inspira y los alegra con la charla del Dharma. El sonido que proviene de la buena boca de Gotama tiene ocho características: es claro e inteligible, dulce y audible, fluido y limpio, profundo y resonante. Por consiguiente, cuando Gotama instruye a una asamblea, su voz no va más allá de esa asamblea. Después de haber sido deleitados, elevados, alegrados e inspirados, ellos se levantan de sus asientos, y parten con renuencia, manteniendo sus ojos sobre él.”
Una vez, el Rey Pasenadi expresó su asombro acerca de lo silenciosa y atenta que estaba la gente cuando escuchaban hablar al Buda:
“Soy un Rey noble consagrado, capaz de ejecutar a aquellos que merecen la ejecución, bueno ante quienes merecen bondad, o capaz de exiliar a quienes merecen el exilio. Pero cuando estoy decidiendo un caso, a veces la gente me interrumpe. A veces ni siquiera tengo la oportunidad de decir: ‘Cuando estoy hablando, señor, no me interrumpa’. Pero cuando el Señor está enseñando el Dharma a las múltiples asambleas, en ese momento ni siquiera se oye el sonido de una tos de sus discípulos. Una vez, cuando el Señor estaba enseñando el Dharma, un monje tosió; uno de sus compañeros en la vida santa le tapó la boca con la rodilla y dijo: `Silencio, no hagas ruido, el Señor, nuestro maestro, está enseñando Dhamma`. Cuando vi eso pensé: `Es maravilloso, verdaderamente maravilloso, qué bien entrenada está, sin palos ni espadas, esta asamblea`.”
21. Aunque el Buda nunca dio motivos para que a la gente le disgustara, había personas a quienes no les gustaba, a veces por celos, a veces porque no estaban de acuerdo con su Dhamma, y a veces porque él mantenía sus creencias a la fría luz de la razón. Una vez, cuando estaba en Kapilavatthu, Dandapani el Sakya le preguntó al Buda qué enseñaba. Dandapani no se impresionó, y se retiró sacudiendo la cabeza, mordiéndose la lengua, apoyándose en su bastón, con sus cejas fruncidas en tres arrugas. El Buda no lo persiguió intentando convencerlo sobre la verdad de su mensaje. El Buda respondía a todas las críticas explicando claramente y con calma por qué hacía lo que hacía y donde era necesario, corregía los malentendidos que habían originado las críticas. Él nunca estaba agitado, siempre amable y sonriente al enfrentar las críticas, y urgía a sus discípulos a hacer lo mismo.
“Si alguien me criticara, o criticara al Dharma o al Sangha, no deberían por eso enojarse, resentirse o molestarse. Si lo hicieran, eso los obstaculizaría, y serían incapaces de saber si lo que les han dicho es correcto o erróneo. ¿Se enojarían? – No Señor. Entonces, si los demás me critican, o critican al Dharma o al Sangha, simplemente expliquen lo que es incorrecto, diciendo: `Eso es incorrecto, eso no es correcto, ese no es nuestro camino, nosotros no lo hacemos`.
A veces, el Buda no era criticado, sino abusado con “palabras rudas, crueles”. En esas ocasiones, él mantenía por lo general un silencio digno.
22. El Buda frecuentemente es visto como una persona suave y amable, y de hecho lo era, pero eso no significaba que no fuera crítico cuando él creía que eso era necesario. Fue muy crítico con algunas de los otros grupos ascéticos de la época, creyendo que sus doctrinas falsas desencaminaban a la gente. Dijo sobre los Jainas: “Los Jainas carecen de fe, son inmorales, sin vergüenza y desconsiderados. No son compañeros de los buenos hombres, y se exaltan a sí mismos despreciando a los demás. Los Jainas se aferran a las cosas materiales y se niegan a abandonarlas. Son pícaros, de deseos malos y puntos de vista perversos”. Cuando, por haber comprendido mal, los monjes budistas enseñaban versiones distorsionadas del Dhamma, el Buda los reprendía, diciéndoles: “¡Hombres tontos!, ¿cómo podrían pensar que yo enseñaría un Dhamma así? “ Pero sus reprimendas y censuras nunca eran para herir sino para incentivar a las personas a hacer más esfuerzos o a reexaminar sus actos o sus creencias.
23. La rutina diaria del Buda era muy exigente. Dormía por las noches sólo una hora, se despertaba y dedicaba las horas de la madrugada a la meditación, practicando frecuentemente la meditación de la amable compasión. Al amanecer se levantaba y caminaba como forma de ejercicio, y más tarde hablaba con las personas que iban a visitarlo. Antes del mediodía, tomaba su cuenco y su manto y se dirigía a la ciudad, pueblo o caserío más cercano para mendigar alimento. Se detenía en silencio ante cada puerta y recibía agradecido en su cuenco cualquier comida que la gente le ofreciera. Cuando tenía suficiente, regresaba al lugar donde estaba viviendo o tal vez se retiraba a algún bosque cercano a almorzar. Acostumbraba a comer una sola vez por día. Después de haberse vuelto famoso, frecuentemente era invitado a comer a la casa de la gente, y siendo un huésped honorable, a veces se le servía comía suntuosa, algo que los ascetas criticaban. En esas ocasiones, él comía, lavaba sus manos y su cuenco después de la comida, y luego ofrecía una breve charla de Dhamma. Inmediatamente después de su comida, acostumbraba a acostarse a descansar o a dormir un rato. Por las noches, era el hábito del Buda dormir en la postura del león (sihasana), sobre su lado derecho, con una mano bajo la cabeza y los pies colocados uno sobre otro. Por las tardes hablaba para las personas que habían ido a verlo, daba instrucción a los monjes o, cuando era apropiado, iba a visitar a la gente para hablarles sobre el Dhamma. Tarde por las noches, cuando todos dormían, el Buda se sentaba en silencio y a veces aparecían devas y le hacían preguntas. Como otros monjes, el Buda por lo común vagabundeaba de lugar en lugar durante nueve meses del año, lo que le daba muchas oportunidades de conocer gente, y luego se establecía durante los tres meses de la estación lluviosa (vassa). Durante las lluvias normalmente se quedaba en una de las cabañas (kuti) que se habían construido para él en lugares como el Pico del Buitre, o los Bosques de Jetavana o de Bambú. Ananda le decía a los visitantes que se acercaban a la residencia del Buda que tosieran o golpearan y que el Buda abriría la puerta. A veces el Buda le pedía a Ananda que no permitiera a las personas que lo molestaran. Leemos sobre un hombre al que se le había dicho que el Buda no deseaba ver a nadie, y se sentó frente a la residencia del Buda y dijo: “No me iré hasta que pueda verlo”. Cuando viajaba, el Buda dormía en cualquier parte, bajo un árbol, en una posada al costado del camino, en el cobertizo de un alfarero. Una vez Hattaka vio al Buda durmiendo afuera, al aire libre, y le preguntó: “¿Es feliz?” El Buda le respondió que era feliz. Luego Hattaka dijo: “Pero, señor, las noches de invierno son frías, el tiempo del cuarto menguante es frío. La tierra ha sido pisoteada por las pezuñas de las vacas, la alfombra de hojas caídas es delgada, hay pocas hojas en los árboles, su manto amarillo es delgado y el viento es frío”. El Buda reafirmó que a pesar de su estilo de vida simple y austera, aun así era feliz.
24. Como tenía tal agenda de enseñanza y actividades, y como siempre era solicitado para dar consejos sobre diferentes asuntos, a veces sentía la necesidad de estar completamente solo. En varias ocasiones le dijo a Ananda que iba a retirarse para estar en soledad, y que sólo permitiera acercarse a quienes le llevarían la comida. Los críticos del Buda decían que se retiraba en soledad porque le resultaba difícil responder a las preguntas de la gente, y porque quería evitar los debates públicos. El asceta Nigrodha dijo de él: “La vida del asceta Gotama es destruida por la vida solitaria, no está acostumbrado a las asambleas, no es bueno en los debates, debe estar lejos del contacto”. Pero más usualmente, el Buda estaba disponible para cualquiera que lo necesitara, para reconfortarse, por inspiración, para tener una guía acerca del camino. De hecho, lo más atractivo y notable sobre la personalidad del Buda era el amor y la compasión que demostraba hacia todos, parecía que esas cualidades eran el motivo de todo lo que él hacía. El mismo Buda dijo: “Cuando el Tatagatha o los discípulos de Tatagatha viven en el mundo, se hace por el bien de todos, para la felicidad de todos, llenos de compasión hacia el mundo”.