Del libro El Buda y sus discípulos, del Ven. Shravasti Dhammika.
72. En el siglo V antes de Cristo, el comercio y los negocios estaban muy desarrollados en la India. Las caravanas viajaban de una ciudad a otra y las casas financieras daban dinero a crédito. Si una persona tenía habilidades y estaba dispuesta a arriesgar, era bastante posible hacer mucho dinero y eventualmente volverse millonario (setthi). Uno de los discípulos laicos más famosos del Buda era uno de esos hombres. Se llamaba Sudatta, pero como siempre estaba dispuesto a darles a los hambrientos, los sin hogar o los desposeídos, era conocido por todos como Anathapindika, que significa “el que alimenta a los pobres”.
73. Anathapindika vivía en Savatthi pero viajaba mucho por sus negocios, y un día mientras estaba en Rajagaha fue a visitar a su cuñado. El hombre estaba tan ocupado en la preparación de una fiesta que Anathapindika no tuvo la cálida bienvenida que era usual. “¿Qué gran ocasión es esta?”, preguntó Anathapindika a su cuñado. “¿Estás preparándote para una gran boda o quizás para la visita de un rey?” “No”, respondió su cuñado, “el Buda y sus monjes están viniendo para una comida mañana”. Sólo escuchar la palabra “Buda” llenó a Anathapindika de tal gozo que apenas pudo contenerse. “¿Quieres decir que un ser plenamente iluminado ha surgido en el mundo? ¡Qué maravilla! Llévame a conocerlo”. Anathapindika quería ir directamente pero fue persuadido de que ya era demasiado tarde y de que sería mejor hacerlo la mañana siguiente. Esa noche Anathapindika estaba tan excitado que apenas pudo dormir y se levantó varias veces creyendo que ya era el amanecer. Finalmente, pensando que el sol saldría pronto, Anathapindika salió para encontrarse con el Buda, pero a medida que entraba en los suburbios de la ciudad, y aun estaba oscuro, sintió temor y decidió regresar. Súbitamente, un espíritu amistoso apareció iluminando todo el lugar y urgiéndolo a continuar. “Camina, amigo, avanzar es mejor para ti que regresar”. Alentado por esas palabras, Anathapindika continuó y pronto se cruzó con el Buda que estaba caminando a la luz del alba. El Buda vio a Anathapindika dudando en acercarse y lo llamó haciéndole señas. “Avanza, Sudatta”. Sorprendido de que el Buddha supiera su verdadero nombre e intimidado por la presencia del gran hombre, Anathapindika se acercó apresuradamente y se inclinó ante los pies del Buda. Los dos hombres hablaron durante un tiempo, y mientras amanecía, Anathapindika comprendió la esencia del Dhamma y se convirtió en uno que Entra en la Corriente.
Anathapindika luego le preguntó al Buddha si podía ofrecerle una comida al día siguiente, y el Buda aceptó. Durante todo el día pensó lo maravilloso que sería si el Buda pudiera ir a Savatthi y cuánta gente podría beneficiarse de su visita. Por consiguiente, al día siguiente, después de que el Buddha terminara de comer, Anathapindika le preguntó si visitaría Savatthi. El Buda pensó durante un momento y luego respondió: “Los iluminados prefieren quedarse en lugares apacibles”, y Anathapindika respondió: “Comprendo totalmente, Señor”.
74. Cuando Anathapindika terminó sus negocios en Rajagaha, se dirigió a Savatthi, donde inmediatamente comenzó a hacer los preparativos para la llegada del Buda. Primero, tenía que encontrar un lugar adecuado donde pudieran quedarse el Buda y sus monjes, cerca de la ciudad pero no muy ruidoso. Se comprobó que el mejor lugar era un placentero parque a un kilómetro y medio de los muros de Savatthi, propiedad del Príncipe Jeta. Anathapindika se acercó al Príncipe Jeta y le preguntó si quería vender el parque. Él Príncipe rechazó la oferta. “Diga un precio” insistió Anathapindika, pero el Príncipe Jeta reiteró que no estaba interesado en la venta. “Le pagaré cualquier precio que usted diga”, dijo Anathapindika, y para librarse de él, el Príncipe dijo: “Muy bien, puede quedarse con el parque por lo que cueste cubrir la superficie con monedas de oro”. Para la sorpresa del Príncipe, Anathapindika aceptó con entusiasmo, y se fue directamente a buscar el dinero. Pronto llegó un vagón, lleno de monedas de oro, y los sirvientes comenzaron a esparcir las monedas sobre el suelo del parque. Cuando el Príncipe Jeta vio esto, comprendió cuán determinado estaba Anathapindika a comprar el parque y finalmente decidió aceptar una suma más razonable. Anathapindika luego gastó una gran suma de dinero en la construcción de habitaciones, salas de reunión, almacenes y pabellones, en el diseño de jardines y en la excavación de lagos donde el Príncipe Jeta ofreció construir una impresionante casa de guardias que guiaba hacia el parque y un muro a su alrededor para privacidad. En reconocimiento a los dos hombres que hicieron posible esto, el monasterio fue llamado Bosque de Jeta, Parque de Anathapindika, o para abreviar simplemente Bosque de Jeta (Jetavana).
75. Desde los sesenta años de edad, el Buda pasó cada estación lluviosa excepto la última en Jetavana, y ofreció más discursos allí que en cualquier otro lugar. Los lugares favoritos del Buda en Jetavana eran dos casitas, la Kosambakuti y la Gandhakuti. La Gandhakuti (Cabaña del aroma), tomó su nombre porque las flores que la gente traía constantemente como ofrenda al Buda daban una fragancia placentera a la casa. La Gandhakuti tenía un salón para sentarse, dormitorio y baño, y una escalera hacia arriba donde el Buda acostumbraba a pararse por las tardes para dirigirse a los monjes. Una de las tareas de Ananda era limpiar y mantener libre de polvo a esta cabaña, quitar las flores marchitas y volver a colocar la cama y la silla en sus lugares apropiados.
En 1863 fueron descubiertas las ruinas de Jetavana, y más tarde una investigación científica identificó las casas Gandhakuti y Kosambakuti, y demostró que Jetavana fue un centro de budismo desde la época del Buda hasta el siglo 13 d.C.
76. Aunque Anathapindika construyó el Jetavana, este no fue por cierto el límite de su generosidad. A lo largo de los años gastó grandes cantidades de dinero proveyendo de los cinco requisitos a los monjes, construyendo y manteniendo monasterios, y haciendo caridad en nombre del Budismo. Él comprendía que si la riqueza es usada con generosidad y compasión, puede ser un medio real para el desarrollo espiritual.
77. Pero Anathapindika no sólo era generoso con su riqueza, tenía también generosidad de espíritu. Cuando era joven tenía un amigo llamado Kalakanni, que significa “desafortunado”, y los dos niños acostumbran a hacer tortas de barro cuando jugaban. A medida que crecían, Anathapindika se hacía rico mientras que Kalakanni parecía estar plagado por una desgracia tras otra, y seguía siendo pobre. Esperando que su viejo amigo pudiera ayudarlo, un día Kalakanni fue a visitar a Anathapindika para preguntarle si podía ofrecerle un trabajo. Feliz de ayudar, Anathapindika le dio un trabajo como cuidador de la propiedad en una de sus casas. La familia de Anathapindika no estaba feliz de tener a Kalakanni en su hogar. “¿Cómo puedes emplear a este hombre? No es más que un abandonado. Nosotros somos una familia respetable mientras que él apenas es más que mendigo. Y además, escuchar el nombre Kalakanni todo el día en la casa puede traer mala suerte”. Anathapindika respondió: “Una persona no está hecha de su nombre. Los supersticiosos juzgan a la gente por su nombre pero los sabios los juzgan por la bondad de su corazón. No despediré a Kalakanni por su nombre o porque sea pobre. Hemos sido amigos desde que éramos niños”. La familia de Anathapindika estuvo en silencio pero todavía no estaba feliz. Un día Kalakanni tuvo que regresar a su aldea durante un tiempo, y cuando un grupo de ladrones escuchó que estaría fuera de la casa, estos decidieron que entrarían y robarían. Esa noche llegaron a la casa sin saber que la partida de Kalakanni había sido demorada. Él se despertó y escuchó a los ladrones hablando del otro lado de la ventana, y comprendiendo que eran varios y que estaban fuertemente armados, inmediatamente saltó, hablando fuerte, golpeando puertas, encendiendo lámparas en diferentes habitaciones y haciendo tanto ruido como pudo. Los ladrones creyeron que había una fiesta en la casa y huyeron. Cuando esto se supo, Anathapindika llamó a su familia, que ahora estaba muy agradecida a Kalakanni, y les dijo: “Si esta casa no hubiera estado protegida por este sabio y leal amigo, hubiera sido saqueada. Si yo hubiera seguido el consejo de ustedes, hoy todos nosotros estaríamos en una posición diferente. No es el nombre o la riqueza lo que hace a una persona, sino su corazón”. A Kalakanni se le dio un aumento y llegó a ser aceptado por la familia.
78. La gran riqueza de Anathapindika y su igualmente grande generosidad dieron impulso a muchos discursos del Buda, algunos de ellos relacionados al tema del uso apropiado de la riqueza. Pero a veces se le recordaba a Anathapindika que lo importante no es la abundancia de regalos y que también hay algunas cosas más importantes que la generosidad, como el amor y la comprensión, por ejemplo. En el Velama Sutta, el Buda le contó a Anathapindika sobre un hombre que una vez había dado abundantes regalos, pero como nadie se benefició realmente, sus regalos tuvieron muy poco efecto.
“Si hubiera alimentado a cien personas que tuvieran la Visión Perfecta, hubiera tenido un efecto mayor. Si hubiera alimentado a cien de los que Regresan una Vez, el efecto hubiera sido aun mayor. Si hubiera alimentado a cien de los que No Regresan, el efecto hubiera sido aun más grande que el anterior. Si hubiera alimentado a cien Nobles, hubiera sido aun más grande que lo anterior. Alimentar a la totalidad de el Sangha con el Buda como cabeza hubiera sido aun mucho mayor. Si hubiera construido un monasterio para el uso del Sangha, hubiera tenido un efecto aun mayor. Tomando refugio en el Buda, el Dhamma y el Sangha, y manteniendo los preceptos, hubiera sido aun mayor. Mejor aun hubiera sido llenar su corazón con amor. Y lo mejor de todo hubiera sido desarrollar el pensamiento de amor aunque sólo fuera por un momento”.
Más tarde en la vida, Anathapindika se volvió bastante pobre debido a sus constantes donaciones y también debido a algunas malas decisiones de negocios. Finalmente, se enfermó, pero Ananda y Sariputta lo visitaban regularmente, consolándolo con charlas sobre el Dhamma. A lo largo de su historia, el Budismo ha sido asistido en su establecimiento y difusión por el apoyo generoso que ha recibido de comerciantes y hombres de negocio ricos, pero el primero y el más grande de todos fue Anathapindika.