Del artículo Otras enseñanzas importantes, por Anton Baron.
Finalmente, la tercera característica de los fenómenos es la no-existencia del yo o anatta, en pali. Según esta enseñanza, se considera imposible poder encontrar, dentro del cuerpo de un individuo o dentro de los fenómenos mentales que experimenta, algo que, en última instancia, constituya su esencia, su propia e incambiable substancia, su “yo” o el “alma”.
Esta doctrina es considerada como una de las más importantes dentro del budismo, principalmente porque se constituye en un elemento claramente distintivo de los otros sistemas y tradiciones. Por ejemplo, las enseñanzas sobre la impermanencia y la insatisfactoriedad de las cosas mundanas, de una u otra forma se encuentran también en el hinduismo y el cristianismo, entre otros, pero la negación del yo o del alma, es propio y casi exclusivo de la concepción budista. La importancia de esta enseñanza, dentro del cuerpo de la doctrina budista, se manifiesta también en que el escrito en el cual aparece, el Discurso sobre las características del no-yo (Anattalakhana Sutta), fue el segundo sermón de Buda, pronunciado luego de alcanzar la Iluminación a sus cinco amigos-ascetas, los cuales luego se convertirían en sus primeros discípulos.
Las cuatro estaciones –aunque en la época del Buda, según el calendario lunar que utilizaban en la India de aquel entonces, eran solamente tres: la época de frío, de calor y de las lluvias- se utilizan a menudo en la simbología budista para representar el carácter transitorio e inestable de la vida humana: el invierno, la primavera, el verano y el otoño, representan respectivamente la muerte, el nacimiento, el crecimiento y la vejez de la vida del hombre e indican que la misma carece de esencia propia y fija (anatta).
Dentro del mundo occidental, especialmente con el comienzo de la modernidad, cuando Descartes pronunció su famoso Cogito, ergo sum (“pienso, luego existo”), la existencia del yo sustancial o del alma fue un dogma comúnmente aceptado, no solamente en los círculos religiosos sino también filosóficos. Como es bien sabido, en la época de Descartes la filosofía sufrió fuertes críticas porque carecía, en comparación con las matemáticas o con las ciencias naturales, de axiomas o fundamentos indiscutibles. Descartes creyó encontrar una de estas verdades absolutas en la existencia del yo. En su método, aceptaba que realmente, si alguien querría, podría dudar de todo menos, del mismo hecho de dudar. Y dudar es, necesariamente, pensar. De ahí que si dudo -o sea, pienso- entonces existo. Sin embargo, el error lógico de este razonamiento, al cual llaman mucho la atención los pensadores contemporáneos, es que el dudar es una acción, es una dinámica y que del hecho de existir una acción no se desprende absoluta y lógicamente la existencia del sujeto o ejecutor de dicha acción. Por ejemplo, del hecho de que esté lloviendo, no se desprende que exista necesariamente alguien o algo, cuya esencia o existencia es la lluvia. Hoy en día, los filósofos, especialmente de las corrientes estructuralistas, señalan que asimismo también el yo, antes de ser una esencia fija e inamovible, es más bien una construcción social que se lleva a cabo durante toda la vida del sujeto en las distintas etapas de su socialización. Al margen de todo esto, sólo puede resultar sorprendente el hecho de que esta posición, más bien considerada postmoderna, fue enseñada ya en la India, hace más de 2500 años atrás por el Buda y sus discípulos.
Pero dejemos al lado los sistemas filosóficos abstractos y pensemos por un momento sobre la realidad que experimentamos a diario: si comparamos nuestras antiguas fotos con lo que actualmente somos, si analizamos nuestras maneras de pensar y puntos de vista que han cambiado o evolucionado o si observamos nuestros estados de ánimo a lo largo del tiempo, realmente va a ser muy difícil encontrar algo que sea absolutamente fijo o permanente. Y en el fondo, de esto se trata en la enseñanza budista: de experimentar el anatta en nuestras vidas, antes de discutir sobre ella filosóficamente o convertirla en un objeto de fe. Como ya lo dijimos, el Buda se resguardaba en todo momento de pronunciarse sobre los dilemas últimos del ser humano: consideraba que nuestra mente no era capaz de entender estas verdades últimas y que la discusión sobre las mismas tampoco nos acercaría a la meta final. Lo que deberíamos hacer, en cambio, es ir practicando y viendo las cosas tal como son: simplemente como cosas; ver los sentimientos sólo como sentimientos, las ideas solamente como ideas, y no verlas de la manera acostumbrada: como “mis” cosas, “mis” emociones o ideas que a “mi” me pertenecen. Este puede ser un fantástico camino para ir poniendo en práctica el verdadero altruismo y ejercitarlo con todos los seres vivos. Porque cuando empezamos a ver que la diferencia entre “yo” y “él”, entre “nosotros” y “ellos” consiste puramente en palabras o conceptos, antes que en realidades, se abre frente a nosotros una visión del mundo interconectado, caen los muros que cuidadosamente construimos alrededor de nuestros “yoes” y empezamos a sentir una verdadera unión con los demás seres y con el universo entero.