Del artículo Las Cuatro Nobles Verdades, por Anton Baron.
Algunos traducen también este segundo paso como “recta aspiración”, lo que nos proporciona aún mayor claridad de lo que se trata: examinar nuestros motivos más íntimos, preguntarnos por qué actuamos de una determinada manera o hacemos ciertas cosas, qué aspiramos y para qué. En otras palabras, se trata de examinar nuestra actitud, muchas veces escondida, detrás de las acciones. En consecuencia, se trata de evitar acciones mal intencionadas que podrían ocasionar daños a los demás y a nosotros mismos.
En cierto sentido, la correcta intención es un camino de continuos descubrimientos: porque cuando somos sinceros, nos serán reveladas nuestras reales aspiraciones, los motivos ocultos y profundos de nuestras acciones, cuya existencia a veces, ni siquiera fue sospechada. Esto puede resultar doloroso, especialmente cuando tratamos de averiguares los motivos ocultos de nuestras acciones nobles, aquellas de las cuales nos sentimos orgullos y felices. Pero lo más importante en este segundo paso es, realizar nuestros descubrimientos sin juzgarnos a nosotros mismos, sin producir remordimientos y sentimientos de culpa: simplemente tomar notas de las intenciones y aspiraciones existentes tanto correctas como incorrectas y, eventualmente, cuando se trata de estas últimas, empezar a renunciar a ellas. Por más que hoy en día, en medio de nuestro mundo altamente consumista, la palabra “renuncia” no es muy popular, la espiritualidad budista la tiene en gran estima y la utiliza frecuentemente, partiendo del principio, según el cual la resignación de algunas aspiraciones malsanas, es mucho menos dolorosa que el hecho de aferrarse irreflexivamente a ellas.
El camino de meditación, con su consecuente liberación, propuesto por el Buda no consiste, como algunos piensan, en sentarse cinco minutos antes de comer y, juntando los dedos, murmurar un poco la sagrada sílaba hindú “Om”, para luego comer en paz y sentirse feliz durante el resto del día. Por el contrario, este es un camino arduo, para nada instantáneo, que requiere de mucha paciencia e implica la renuncia no sólo a las cosas sino hasta a las personas y a nosotros mismos: renuncia a nuestro propio ego. Pero, por otro lado, según lo testimonian las generaciones que lo practican por más de 2.500 años, éste es un camino que vale la pena ser recorrido, una vez que el viajero entienda que para este viaje necesita, como lo diría San Francisco de Sales, “una taza de conocimiento, un barril de amor y un océano de paciencia”.