Los cuatro encuentros

Del artículo Vida de Siddhattha Gotama, por Anton Baron

Los cuatro encuentros

El joven Siddhattha creció rodeado de lujos y abundancia de bienes materiales, separado prácticamente por completo del mundo exterior. Esta situación se debió al temor paterno sobre una eventual renuncia de su hijo a los privilegios mundanos, profetizada por los brahmanes. El rey Suddhodana, deseoso de criar un sucesor suyo, casó a su hijo con una bella princesa de nombre Yasodara. Les regaló además tres palacios en los cuales la joven pareja pasaba las diferentes temporadas. El propósito principal del rey padre fue el de rodear a Siddhattha de toda clase de confort para, de esta manera, evitar que el joven príncipe tuviera alguna experiencia del sufrimiento y de penas que existían en el mundo exterior. Fue así como Gotama pasó los primeros veintinueve años de su vida en toda clase de lujos y placeres, pero gradualmente, la verdad sobre el nacimiento, el envejecimiento y la muerte le iba a ser revelada, junto con el triste principio, según el cual los placeres de este mundo tan sólo serían preludios de las futuras penas. Todo ocurrió mediante los cuatro inolvidables encuentros que marcarían para siempre su destino.

En la primera ocasión, mientras paseaba en su carro por los jardines reales, Gotama divisó una escena que antes jamás se había imaginado. He aquí, un hombre muy avanzado en edad, debilitado en este su último estado de vejez, con un lastimero llanto y con una voz moribunda, apenas perceptible, se dirigía a él con estas palabras: «¡Ayúdame maestro! ¡Levántame, por favor, porque en caso contrario moriré aquí abandonado y sólo, antes de que pueda llegar a mi casa!». Gotama, asombrado de lo que estaba viendo, empezó a indagar a su primo, el cual hacía a la vez del conductor del carruaje: «Dime Channa ¿Es esta persona un ser humano de veras? ¿Por qué su cuerpo está tan curvado? ¿Por qué tiembla tanto? ¿Por qué su cabello es canoso y gris, y no negro como el mío? ¿Qué pasa con sus ojos: por qué tiene nublada la vista? ¿Dónde están sus dientes? ¿Es así como nacen algunos? Respóndeme, buen Channa, ¿qué significa todo esto?»

Entonces, Channa contó al príncipe que el sujeto que se encontraba en tan miserable estado era un hombre viejo, y que el mismo no nació así, sino que envejeció: «cuando era joven se parecía a todos nosotros; es más: cualquiera que viva en este mundo lo suficiente, llegará a ser como él». Este fue el primer verdadero shock que afectó la mente del príncipe Siddhattha profundamente, pero no fue el último.

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Los cuadros, provenientes del famoso poema épico “Light of Asia” (La Luz de Asia) de Sir Edwin Arnold, ilustran los encuentros del Buda con los llamados «Tres Mensajeros Divinos»: la vejez, la enfermedad y la muerte.

En la segunda oportunidad, cuando visitó la ciudad en compañía de su primo, Gotama encontró a un hombre postrado en la calle con todo su cuerpo retorcido, sosteniendo su estómago con ambas manos, llorando y gritando de dolor. El enfermo, lejos de responder al interrogatorio del príncipe, seguía lamentando y gimiendo. «¿Qué le pasa a este hombre? -preguntó Siddhattha a Channa- ¿Por qué no me responde?». «Oh, mi príncipe -contestó el primo- el hombre al que tienes en frente está enfermo, su sangre está envenenada y padece de fiebre, la cual está quemando todo su cuerpo. Es por eso que está llorando sin poder contestar tus preguntas».

En una tercera ocasión, Siddhattha vio un grupo de familiares, los cuales con clamorosas lamentaciones, llevaban en sus hombros el cadáver de un querido pariente suyo para luego, cremarlo. El cuerpo sin vida pareció al príncipe como algo más extraño aún: “¿Por qué este hombre yace así como una piedra, sin moverse ni pronunciar palabra alguna?”, se preguntaba. Pero su asombro aumentó cuando repentinamente la muchedumbre paró frente a una pila fúnebre, a la cual, una vez prendido el fuego, se echó el cadáver del difunto. «¿Qué es esto Channa? exclamó Siddhattha. ¿Por qué este hombre que no se movía fue echado a las llamas? ¿Será que no tiene conocimiento alguno de lo que está pasando?» «El está muerto», respondió Channa. «¡¿Muerto?! Channa, ¿Qué quiere decir, muerto?» «Sí, mi querido príncipe -contestó Channa- Todos los seres vivos algún día tendrán que morir y nadie puede detener este proceso». De esta manera el Príncipe, según la leyenda, “descubrió” que en este mundo, a parte de la vejez había también enfermedades y muerte.

Mediante estos tres dolorosos encuentros Gotama comprendió también la verdad sobre la universalidad del dolor humano y empezó a tener un fuerte deseo de encontrar alguna explicación sobre este mal: ¿cuál es el origen de este sufrimiento del cual nadie puede escaparse? ¿existe alguna panacea para apaciguarlo? Y si es así, ¿en qué consiste?

Después de unos días angustiosos, producto de las inesperadas experiencias, el príncipe Gotama visitó la ciudad por cuarta vez. En esta oportunidad, al dirigirse al parque, vio a un sujeto alegre, que parecía estar sereno y contento, pero vestido pobremente de solo una toga de color naranja. «¿Quién es este hombre vestido de la toga anaranjada? -preguntó a Channa- ¿Por qué tiene su cabeza rapada y cuál es la razón de esta apariencia de felicidad que tiene reflejada en su rostro? ¿De qué manera se gana el sustento?», seguía preguntando. «El es un monje -respondió Channa- Vive en el templo o, a veces, en el bosque y recorre las casas en busca de alimentos, mendigando. Mientras camina de un lugar a otro se ocupa de enseñar a la gente la manera de cómo sentirse bien y estar contentos consigo mismo». El príncipe, al escuchar estas explicaciones, de repente se sintió reconfortado y risueño, pensando en sus adentros: «Sería bueno, entonces, que yo también alguna vez me convirtiera en un personaje parecido a este monje».