Del: Satipatthana Mula – Raíces de los establecimientos de la atención consciente
Por Anton Baron
En esta última parte sólo voy a ofrecer una traducción literal de las reflexiones finales del Bhikkhu Sujato sobre su edición del Satipatthana Mula. El autor advierte que las mismas dejan de tener en este momento el rigor académico y se convierten en una especie de implicancias prácticas sobre la meditación. El lector puede interpretarlas como instrucciones perfectamente aplicables en sus prácticas meditativas diarias.
Empieza con el cuerpo. El cuerpo es nuestro primer objeto de apego e identificación, profundamente ligado a nuestras energías más básicas, las biológicas, como la reproducción sexual y la asimilación de la comida. Nuestros pensamientos y asuntos, nuestras preocupaciones y planes, en una alta proporción de nuestro tiempo se ocupan de él: cómo llenarlo, vestirlo, alojarlo, mantenerlo confortable. Cualquier tradición espiritual digna de ser mencionada reconoce las limitaciones de la existencia corporal; y no faltan algunas que se pasan de la raya peligrosamente, siguiendo caminos peligrosos y desequilibrados de rechazar, ignorar o reprimir el cuerpo con sus deseos. El enfoque que distingue al camino budista consiste en caminar directamente y sin temor hacia la guarida del león. Nosotros nos zambullimos en las tripas y los tendones, en la sangre y los huesos, haciendo del cuerpo en sí mismo el primer objeto de nuestra meditación. Ésta no es una clase de morbosidad espantosa alguna, sino algo que parte del deseo de un real entendimiento, aceptación y renunciamiento de esta nuestra carnosa casa. Nosotros contemplamos ambas cosas: el principio de la vida -en la fragilidad y la delicadeza de la respiración- y el principio de la muerte -en un cuerpo en estado de descomposición.
El cuerpo es, para la consciencia, un sólido y familiar lugar para acomodarse, menos cambiante que el pensamiento y, por lo tanto, se constituye en una base ideal para estabilizar la mente. La atención está puesta en la respiración, en la imagen de las partes del cuerpo o en la experiencia interior de sus características físicas tales como la dureza, la suavidad, el calor o el frío. Mientras la consciencia es continuamente reorientada y refinada, la mente se hunde más y más dentro del objeto escogido. De esta manera, ganamos una directa y algo asombrosa comprensión de este cuerpo que habitualmente está escondido debajo de nuestros deseos, aversiones y miedos. Mientras más claramente vemos algún aspecto particular del cuerpo, más auténtica llega a ser nuestra percepción cotidiana sobre el cuerpo en tanto entidad ilusoria inventada por nuestra mente.
La imagen del cuerpo en nuestra mente llega a ser muy sutil; así de sutil que llegan a predominar los aspectos mentales de la experiencia física. Entonces, entramos en la contemplación de las sensaciones. Las sensaciones, en el contexto budista, podrían ser definidas como la tonalidad hedónica de la experiencia que estimula las reacciones de atracción, aversión o indiferencia. Normalmente las sensaciones son percibidas de manera un tanto confusa como concomitantes a nuestra experiencia, que manipulan nuestra atención dentro de los patrones del deseo y rechazo. Dedicamos nuestras vidas a buscar lo placentero y a evitar lo doloroso, pero raramente aprovechamos la oportunidad para familiarizarnos más profundamente con este proceso. Las sensaciones son notablemente nebulosas y cambiables: las sensaciones físicas tienden a ser vencidas por el impacto físico que les acompaña, mientras que las sensaciones mentales son enigmáticas y complejas. Pero, al tratar de contemplar las sensaciones, primeramente como emergentes del proceso tranquilizador de la contemplación del cuerpo, estos problemas se minimizan. Con el tiempo nuestras sensaciones llegan a ser más estables, simples y claras: como un sutil y fresco sentido de arrobamiento y dicha que brota dentro del objeto de meditación.
Una de las revelaciones más asombrosas para cualquier meditador es la cambiabilidad de la capacidad mental para estar consciente; como el ojo que se dilata y contrae en respuesta a los estímulos del entorno. Normalmente esto es muy difícil de ver, porque estamos mirando al observador en sí. No existe una medida externa. En la contemplación de la mente vemos cómo la cognición opera bajo las diferentes condiciones: incendiada por la codicia, marchita por la amargura, obscurecida y comprimida por la pereza. Vemos cómo la mente se abre, florece y se expande bajo las influencias saludables, de modo que nuestro conocer se vuelve más claro y focalizado. Llegamos a estar realmente conscientes de la mente, de la conciencia en sí, ligeros y sensibles como una flor o un niño, aunque al mismo tiempo poseemos una increíble fuerza y adaptabilidad. En este nivel de desarrollo, la mente llega a ser el instrumento de una sensibilidad sin parangón.
Mantenemos una clara visión de la conciencia de varias clases de sensaciones y estados mentales que están directamente presentes en la conciencia. El contraste esparce las semillas del entendimiento. Aquí estamos cultivando un hermoso jardín para el florecimiento de la sabiduría; pero todavía no hemos focalizado este potencial hacia la investigación directa dentro de las causas. En la contemplación de los dhammas llegamos a ser conscientes no sólo de la presencia sino también de la ausencia; y esto ya es un asunto más profundo, porque para ver la ausencia, uno mira la impermanencia. Pero entonces, la práctica excava aún más profundo. Cada factor es tratado en términos de la investigación de causas: uno entiende cómo surgen los obstáculos, cómo son abandonados, cómo se producen los factores de iluminación y cómo se desarrollan hasta la perfección. Los obstáculos obstruyen el samadhi; los factores de iluminación producen samadhi. Comprendiendo mediante la cuidadosa investigación de las causas de los obstáculos y los factores de iluminación, uno reconoce las causas que conducen a la mente hacia el jhana o fuera de él. Cuando prestamos la atención a las raíces o matrices que erradican los obstáculos, entonces surgen los factores de iluminación, porque dejamos de prestar la atención hacia las raíces opuestas.
En la contemplación del cuerpo, nos aplicamos a nosotros mismos como objeto de meditación. Aquí básicamente estamos siguiendo las instrucciones de meditación. Gradualmente vemos las sensaciones y estados mentales más sutiles de la manera más clara y cuando la práctica madura, entramos en jhana. Al principio, esta será más bien una tarea de ensayo-error. Pero cuando repetimos la práctica una y otra vez entendemos por qué la mente algunas veces es pacífica y otras veces no. Como la sabiduría se vuelve más profunda, el samadhi llega a ser más estable. Estas son las cosas centrales: cuando el meditador lleva a cabo el proceso de su conciencia espiritual clara y poderosamente, lo tratará automáticamente como un paradigma para la comprensión de la naturaleza de las experiencias condicionadas en general. Así, la contemplación de los dhammas observa el entendimiento del samatha que casi inevitablemente madura dentro del vipassana. Todo este proceso del satipatthana es tan exquisitamente normal que es casi una equivocación llamarlo «método». Uno no aplica deliberadamente un esquema artificial, preconcebido; los varios estadios simplemente se suceden como señal del despliegue de la meditación (Sujato, 2003:191-192).