Fragmento de la charla que el Venerable Ajahn Jagaro ofreció en 1995 en Perth, Australia Occidental, en la cual hace referencia al Nibbana -la meta última del camino budista- analizándola como fuente de felicidad.
Creo que todos los que estamos aquí esta tarde, podríamos compartir, con todos y cada uno de los seres humanos la aspiración a la felicidad. Hasta un masoquista quiere ser feliz -sólo que su idea de la felicidad es algo diferente. ¡Pero qué difícil nos resulta conseguir la felicidad!
Tenemos momentos de felicidad -o por lo menos, creemos tenerlos. Asociamos felicidad con la sensación que tenemos cuando todo va bien -cuando todo marcha a nuestro gusto. Entonces pensamos «Bien, esto es el camino a la felicidad; si consigo que todo salga como quiero, que todo me salga bien, entonces puedo ser feliz». Pero por supuesto todos nos damos cuenta de que una actitud así no es práctica. Podemos movernos hacia la meta, pero nunca alcanzarla. Aun así, todos anhelamos y deseamos felicidad.
Una de las afirmaciones más interesantes que hizo el Buddha sobre la felicidad fue acerca del Nibbana – la meta del budismo. Describió el Nibbana como la suprema felicidad. También describió el Nibbana como la suprema paz; el abandono de todo deseo y aversión; la renuncia y abandono de toda forma de entidad personal separada. Esta descripción no cuadra con nuestro concepto habitual de felicidad. Cuando pensamos en la felicidad, no acostumbramos a pensar en la paz. La felicidad se asocia habitualmente con una sensación de excitación, como júbilo, regocijo o entusiasmo.
Así que podemos quedar algo perplejos en cuanto a lo que quería decir el Buddha con la afirmación de que el Nibbana es a la vez felicidad y paz supremas. Si, por simple lógica, la paz es la felicidad suprema, eso no es muy aceptable según nuestro entendimiento normal. Está bien ser pacífico, pero se hace bastante aburrido, ¿no es cierto? ¿Cómo compaginamos esto? ¿Por qué la paz ha de ser la meta del budismo? Si el Buddha hubiese dicho que la meta de su enseñanza era el amor o la compasión, habría sonado más inspirador, pero hizo de la paz la meta. Si la paz puede ser verdaderamente felicidad es algo que cada uno de nosotros debe considerar.
Para comprender el Dhamma -para ver y comprender cómo son las cosas- debemos usar nuestra capacidad de reflexión para mirar y conocer directamente, con una mente brillante y reflexiva, con conocimiento directo. Podemos usar esta cualidad de la consciencia para observar lo que surge, lo que sucede a nuestro alrededor, cuando paramos y nos dedicamos a ser, en vez de devenir. Practicamos meditación con el fin de establecernos en este conocimiento para poder contemplar y reflexionar.
Cuando os sentís felices, ¿qué es esa sensación? Si miramos la felicidad, veremos claramente que dentro de ella están las semillas de la infelicidad. Cada estado feliz depende de esto o aquello; de tal o cual persona. Con conocimiento reflexivo podemos mirar nuestras experiencias y ver que incluso cuando conseguimos lo que queremos, aún no somos completamente felices – sólo un poco más felices. ¿Cómo podemos alcanzar la meta de la felicidad completa? Por esto el Buddha dijo: «la mente puede ser perfectamente pacífica». Porque es en este estado perfectamente pacífico en el que la mente es perfectamente feliz.
Hay diferentes tipos de paz. Vivir en un ambiente tranquilo, apartado te da una sensación de tranquilidad, una sensación de paz. Hacer que la mente se concentre y retirarla de la complejidad del mundo sensorial, como en la meditación, también puede darte una sensación de paz. Pero éstos son estados muy condicionados y vulnerables. La paz a la que se refiere el Buddha como Nibbana, es la paz de la mente que ha abandonado las preferencias, el gusto y el desagrado, perseguir y luchar, deseo y aversión, y dualidad. Es la paz de la mente que no necesita nada ni carece de nada.
Por supuesto, esto es un gran misterio para nosotros. La única manera de descubrir cómo es, es realizarla. Antes de esforzaros en realizarla, debéis considerar si es o no una causa que vale la pena. ¿Es el estado de la mente en paz realmente la felicidad – la felicidad máxima? ¿O no es más que un estado mental insípido y aburrido? Pienso que la mayoría de la gente no está convencida de que la paz es felicidad.
Si contemplamos, podemos ver que el Buddha señaló la paz, en vez del amor o la compasión, porque si la mente no está en paz, entonces esas cualidades no nos darán verdadera felicidad. Si la mente se aferra, persigue, lucha y discrimina, entonces el amor y la compasión sólo llevan al sufrimiento.
¿Por qué, si el amor es un estado tan feliz, surge de él tanto sufrimiento? ¿Puede ser porque esa clase de amor no es el amor de una mente pacificada? El Buddha señaló la mente pacífica porque, si uno la alcanza, el resto viene automáticamente, espontánea y naturalmente. Amor y compasión son expresiones naturales de la mente pacífica; son puros y no acaban en sufrimiento.
Cuando no estamos en paz vemos la mente moviéndose, persiguiendo algo, porque necesitamos ser tranquilizados y amados. Necesitamos tener y conseguir y ser exitoso. Necesitamos alabanza y reconocimiento. Necesitamos todo esto porque nos sentimos inseguros. Cuando no estamos en paz, la mente generalmente está luchando. Lucha contra lo que amenaza nuestro yo, nuestra autoestima, nuestro orgullo o nuestro ego. ¿Y cuál es la respuesta? La necesidad de conquistar, derrotar, aniquilar. Esto no es una existencia pacífica. Cuando vivimos de esta manera, vivimos en el infierno – en una zona de guerra permanente.
Uno de los reinos de la existencia en la cosmología budista es el de los espíritus hambrientos, los petas. Se los representa simbólicamente como cuerpos hinchados con bocas muy pequeñas. Nunca pueden conseguir suficiente comida y bebida para saciarse y siempre tienen hambre y sed. Puede que no nos gusten, pero muy a menudo – en un grado menor – nosotros vivimos así. En otro reino están los gigantes verdes, que, como era de esperar, son verdes y de gran tamaño. Tienen colmillos y grandes ojos, como los Titanes -el tipo de seres guerreros, grandes, feos, monstruosos.
Los espíritus hambrientos y los gigantes verdes simbolizan los dos reinos del deseo y la aversión, aquellos movimientos de la mente que luchan, persiguen, quieren y necesitan. Por supuesto, tenéis que comer, necesitáis vestido, medicina y cobijo, pero mucha de nuestra persecución no va por esas necesidades básicas, sino que viene de una necesidad emocional, de una falta de paz. Perseguimos cosas para consolarnos. La gente busca consuelo en muchas cosas diferentes -comida, por ejemplo. Comer dulces conforta emocionalmente, calma nuestra inseguridad. También buscamos elogio. ¿Por qué? Otra vez, consuelo. Ser atractivo tranquiliza porque entonces yo valgo. Yo necesito esa reafirmación continuamente porque yo soy una entidad separada -un pequeño yo que se siente vulnerable. Este proceso impulsa el movimiento de la mente. Debéis contemplar por vosotros mismos cuánto de la atracción del poder, gratificación, elogio y posición social viene de este proceso. Cada persona debe descubrir por sí misma la respuesta.
Este proceso causa otro opuesto. Con el movimiento de perseguir y buscar debido a la inseguridad interior, viene también, automáticamente, la tendencia a luchar. Todo lo que me amenaza, o tienda a aumentar mi inseguridad, es mi enemigo. Si algo os amenaza, ¿cuál es vuestra respuesta? Si dicen «No estoy de acuerdo… No lo veo bien… No me parece una buena forma de hacerlo…» – ¿qué pasa en ese momento? La mente toma una postura defensiva, alerta. ¿Qué defendemos – la opinión? A la mayoría de nosotros no nos preocupa tanto la opinión. Lo que realmente estamos defendiendo es el yo – mi yo, y cuanto más inseguros estemos, con más fuerza reaccionamos ante cualquier desafío. Por esto la gente más agresiva es muy a menudo la más insegura, porque sienten la mayor amenaza ante cualquier desafío.
Éste es el Titán, el de color verde, con los colmillos y los ojos saltones. Daos cuenta de cómo la imagen nos hace ver claramente cómo nos sentimos cuando nos desafían. Empezamos a sentir mucho calor, nuestros ojos se hinchan y apretamos los dientes, preparados para el combate. Esto es sufrimiento – no es pacífico. Tanto si ganamos como si perdemos, es sufrimiento. Por esto el Buddha dijo «El vencedor sólo gana enemistad, mientras permanezca en el odio. Felices viven los pacíficos, porque ellos han abandonado victoria y derrota«.
Para hacernos una idea de este carácter pacífico, practicamos meditación. Empezamos a ver que la mente en paz es realmente una mente muy, muy feliz. La mente que no persigue ni lucha es autosuficiente y está libre de temor. Es a la vez pacífica y feliz. Esto no significa que sea pasiva o aburrida, sólo que ya no está en estado de sitio. Ahora puede haber amor y compasión auténticos – la expresión natural de la mente cuando no hay un yo que le estorbe.
Ahora uno empieza a pensar que la paz es algo deseable, una meta por la que vale la pena esforzarse. Parece tan lejana -¿cómo alcanzarla?-. La vida parece tan complicada, parece exigir que persigamos y luchemos. ¿Es la obtención de la paz realmente posible para un ser humano, o es sólo una fantasía que nunca se cumplirá?
Bien, ¿por qué no intentarlo y ver qué ocurre? ¿Cuánta paz podéis poner en vuestras vidas? Cualquier cantidad de paz que uno pueda conseguir valdrá la pena. Podéis ver ahora mismo la paz de la mente, cuando dejáis de perseguir y luchar. No estáis muertos -estáis en paz. Y si podéis hacerlo en este momento, podéis hacerlo en todo momento.
Tenemos que desarrollar esta práctica de recordar ser pacíficos en el momento, recordando que ser pacíficos significa simplemente no perseguir ni luchar; ser conscientes en este momento, para que pueda trabajar nuestra sabiduría natural. Entonces nuestra sabiduría natural, nuestro amor natural, nuestra compasión natural, pueden surgir espontáneamente. Es la avaricia por el yo lo que nos hace ir por ahí persiguiendo y luchando, lo que nos convierte en Espíritus Hambrientos y Titanes; lo que nos vuelve desapacibles.
Intentad recordar, hacedlo ahora y en todo momento. Ésta es la meta, el propósito de la vida espiritual -ser pacífico-. Ya es bastante que las condiciones puedan ponerte incómodo, ¿por qué permitir que te hagan desgraciado? ¿Por qué permitir que tantas cosas tengan poder sobre tu corazón?
¿Cuántas cosas hacen que la mente eche a correr y se convierta en este Espíritu Hambriento que carece y desea? ¿Qué clase de cosas triviales e inútiles? ¿Y por qué algo trivial ha de convertirte en un Titán, esa persona agresiva metida en una batalla para demostrar que tú eres mejor y tienes razón? Y cuando ganas, ¿qué es lo que ganas? La enemistad del otro. ¿Y qué sientes cuando ganas? Con mucha frecuencia lamentas haber sido tan duro, tan cruel, haber herido a alguien. No es un sentimiento muy feliz ni gozoso, especialmente si hieres a alguien que te importa -y éstas son las personas con las que tan frecuentemente tenemos la mayoría de las discusiones-. La persona que ha sido derrotada se siente herida y resentida. ¿Vale la pena todo eso? ¿Por qué permitimos que ocurra cuando podríamos vivir mucho más pacíficamente? Es porque olvidamos ser pacíficos. Es porque olvidamos estar despiertos. Es porque la mente se aferra, la mente se pierde persiguiendo y luchando debido a su inseguridad.
Necesitamos comprender todo este proceso observándonos a nosotros mismos. No sólo es cuestión de querer ser feliz o querer ser pacífico. Tenemos que ver por qué no somos felices, por qué no somos pacíficos. Cuanto mejor lo vemos, cómo no, mejor podemos solucionar el problema. Y resolver el problema no significa necesariamente ir a algún sitio o hacer algo especial, aparte de recordar ser pacífico.
Por esto es tan importante la práctica de la meditación. Es un entrenamiento de la mente para estar despierta, para ver claramente, y para tener la sabiduría que nos permite ser pacíficos. Cada meditación es un entrenamiento. Ahí sentados, con dolor de piernas, ¿es eso paz? ¿Es sufrimiento? Normalmente, si las piernas duelen tratamos de evitarlo – nos movemos o hacemos algo porque es molesto. Pero en la meditación no hacemos eso inmediatamente. Si uno es capaz de recordar, de permanecer en la atención, entonces es nada más que dolor de piernas. Experimentamos cómo desarrollar paz por medio del no perseguir y no luchar por una postura cómoda y agradable. ¿Puede estar la mente en paz mientras hay dolor? Experimentad. Parad y estad despiertos, sin perseguir ni luchar, ni establecerse en la aversión. Entonces la mente permanece en paz. Ampliad esto a más y más oportunidades que surgen durante el día.
En Tailandia, si quieren insultar a alguien, le llaman perro. Ajahn Chah solía decir: «Si te llaman perro, mira a ver si tienes rabo. Si tienes rabo, sabrás que tienen razón. Si no te ves el rabo, entonces no te preocupes. No eres un perro, así que ¿dónde está el problema?» Normalmente, si alguien nos insulta, tenemos que luchar para reafirmarnos. Vivimos en la aversión y pasamos mucho tiempo acumulando ira, preparándonos para la guerra. Hay que tener toda la munición preparada para ir a la guerra. Empezamos a tener pensamientos negativos, agresivos, y nuestras bocas disparan palabras agresivas, dañinas. Y esto no es en absoluto pacífico – no se consigue nada, no hay paz. Vivir enojado no sólo crea más enojo dentro de uno mismo, sino también en los demás.
No dejéis que la mente permanezca en el enojo y los pensamientos negativos. Permitid que la mente sea pacífica y no luche. Desde una mente en paz puede haber algo que decir -pero no en ira u odio-.
Hay muchas oportunidades de ser pacífico en la vida. Sólo hace falta que recordemos ser pacíficos. No es un secreto, es sólo esto: recordar, y estar lo bastante despierto para ser pacífico; no permitir que lo que nos rodea tenga poder sobre nuestro corazón. Si la mente permanece en esta paz, empezará a experimentar la felicidad que viene de ser libre; la felicidad que no tiene fallo porque no tiene miedo.
Quisiera alentaros a todos a que intentéis empezar cada día pacificando la mente. El ejercicio de meditación que hacemos es sólo un medio hábil para poder conocer la mente en paz. La mente en paz es sensible al momento. Sentid eso por la mañana, digamos, cuando practiquéis meditación. Sentid la mente que está en calma, que no persigue, que no lucha, no está ansiosa, no tiene miedo. Sentid la mente que está en paz, despierta y sensible.
Tratad de mantener esa conciencia durante el día. Ciertamente, os olvidaréis, pero intentad recordarlo de nuevo, y centraos en esta paz. No temáis ser incapaces de hacer lo que tenéis que hacer. Lo haréis todo, y lo haréis mejor. Cuanto más hacemos esta práctica y más hábiles nos hacemos, más pacífica y feliz se vuelve nuestra vida. Cuanto más feliz se vuelve nuestra vida, más pacífica y feliz se hace la vida de los que nos rodean. ¿Os habéis dado cuenta cómo os responde la gente cuando os sentís pacíficos y felices? Pero si os sentís felices pero no en paz, ¿cómo os responden entonces? Daos cuenta de esto. A veces, la gente que es muy feliz pero no está en paz es muy molesta. Y si son desgraciados e infelices, son aún más molestos. Pero si están felices y en paz, los demás tienen una respuesta muy buena. Les afecta positivamente porque una persona pacífica y feliz también es muy sensible y equilibrada. La conducta de fiesta, excitada, eufórica, hiperactiva, despreocupada, que comúnmente confundimos con la felicidad, muy a menudo nace de la inseguridad. Es un movimiento de la mente que intenta darnos seguridad en que uno es una clase particular de persona, y viene de la inseguridad, no de la paz. Por eso molesta a tanta gente.
Cuando estamos en paz y felices podemos vivir nuestra vida de forma fructífera. No penséis que no seréis capaces de hacer algo. Podéis hacerlo todo muy bien, en todo caso lo que merezca hacerse. Tal vez no seáis capaces de meteros en esas acaloradas discusiones y enfrentamientos, pero ¿realmente los necesitáis? Cuando estamos en paz, somos felices, y cuando estamos felices y en paz, la gente a nuestro alrededor se beneficia de nuestra paz y felicidad.
Así pues intentad establecer este estado de paz al empezar el día. Tratad de mantenerlo a lo largo del día. Tratad de acabar el día así. Y cada día, dad un paso más y cultivad este camino – el camino a la paz y la felicidad. Que no os desanimen los fallos. Que no os desanime el olvido. Recordad y volved a empezar.
FUENTE:
AJAHN JAGARO [en linea] «Nibbana and the Paradox of Happiness» http://www.buddhanet.net/budsas/ebud/ebdha063.htm
Traducido al español por Pukusati para Bosque Theravada © 2010
Corregido y revisado por Upasika
Edición del Bosque Theravada © 2010
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