Mi primer retiro

Desde que comencé la práctica de la meditación esta era la primera vez asistí a un retiro de meditación con todas las formalidades del mismo. He de reconocer que tenía muuuchas ganas de poder asistir este año, algo que meses atrás parecía no tener cabida en mi agenda planificada.

Poco antes de irme hablé con un monje amigo mío que, al residir en la actualidad en Myanmar, conoce a la perfección las reglas y la dinámica del mismo (de hecho, hacía pocas semanas había regresado de uno en un monasterio cerca a Yangoon). Pero contra cualquier expectativa que pudiese albergar en cuanto a sus palabras al respecto del retiro, lo único que pronunció fue «lo vas disfrutar, confío en que lo aprovecharás… y hablaremos a tu regreso».

Los primeros días 

Una vez fuimos instalados en las habitaciones, se dio comienzo con una charla administrativa junto a la primera noticia: no íbamos a hablar con compañero alguno durante el retiro. He de reconocer que la idea me pareció fantástica, mientras otros respiraron profundamente a mi se me salió una sonrisa. Luego, la explicación sobre las comidas, el horario y otras reglas; una vez terminó, fui por mi cojín de meditación y su correspondiente tapete porque tendríamos nuestra primera meditación antes de ir a la cama.

El primer día fue bastante interesante, porque a falta de ruido externo tenía uno interior al que no sabía cómo ponerle silencio, como solía decir un maestro al que frecuentaba «tenés la loca interior alborotada», pasé medio día sin lograr callarla, por lo que ignorarla y trabajar sobre la meditación fue mi mejor opción… poco a poco se iba silenciando, se quedaba sin qué decir, medir, analizar, planear, etc., etc., etc. Fue interesante «escucharme» (y de paso, «ignorarme»), ¿cómo es que uno no se enloquece teniendo esa voz interior que de rato en rato parece pensar por sí misma? Ala, que de esa forma la palabra «paz» sale del diccionario. Finalmente, el primer día cierra con una charla y un dolor de piernas mayúsculo… fueron 10 horas de meditación a las que no estaba acostumbrada.

Los siguientes dos días mejoraron en el campo de la meditación, comencé a concentrarme con mayor facilidad permitiéndome llevar el ritmo de las instrucciones… y una que otra vez hacia trampa con la postura, intenté cuatro posturas diferentes y ninguna la toleraba más de 30 minutos (ni siquiera lograba acomodarme como lo hacía en casa y me permitía estar sentada todo el tiempo que quisiera).

Practicando Vipassana

Para el cuarto día comenzamos formalmente con vipassana (que duraría por el resto del retiro) y ahora teníamos 14 horas diarias de meditación, y después de la instrucción recordé cierta conversación con Pablo al respecto, tuve que hallarme dentro de la técnica con la mayor disposición posible y dejando de lado «el archivo histórico» de las meditaciones interiores. Para ese día ya se había tocado el tema cuán dolorosa es la postura y cuán inquieto puede llegar a ser uno, y tras el comentario sobre lo importante que es la misma y lo impermanente que es el dolor, la única afirmación que surgió en mi cabeza fue «fíjate ya casi llegas al punto en el que no te pueden doler más, así que no noo no te muevas»… primer resultado: llegué a la celda arrastrando los pies jajaja, hacía mucho tiempo que no tenía semejante dolor. Segundo resultado: no dormí la mitad de la noche, no por la postura sino por la meditación, según había entendido en algunos ese es un «efecto secundario», el resto de la noche no estuve dormida, pero tampoco despierta así como en las horas de descanso de ese día y en las siguientes noches.

Para el siguiente día ya iba por el segundo «efecto secundario»: no tenía hambre. Esta vez no podía arriesgarme con el tema de la alimentación, tenía que comer y no había discusión (una de las reglas era no ayunar e ingerir alimento en el almuerzo)… estuve tres días así antes de que regresara temporalmente el apetito, que sumado a no dormir más de 4 horas me daban más horas para meditar.

El séptimo día.. inolvidable

El séptimo día fue bastante difícil, perdí la concentración y comencé a preocuparme aunque las advertencias al respecto debían ir por la número 20, al menos. Después de pasar 50 minutos por el tema, pasé la siguiente hora y media de meditación en Anapana. Si fue correcto o incorrecto no lo sé, pero incorrecta la preocupación desapareció. Por la tarde, decidí ir a meditar en mi celda (prefería estar en la sala de meditación) y me llevé un susto que supo sacarme de la meditación hasta que se nos permitiera regresar a la sala de meditación; más tarde, al comentar con el maestro sobre el episodio en cuestión tras una sonrisa contestó «que no se te olvide respirar»… casi un minuto después me dio risa, es que a veces se «me olvida» respirar (:D) y ya se podrán imaginar que sucede, pero el maestro también se refería a que volviera a la respiración si tenía alguna dificultad en vez de interrumpir la meditación.

«Observa el dolor»… esa fue mi tarea por lo que quedó del séptimo día. La escasa concentración de ese día fueron obvias con el dolor que me aquejaba, varios minutos me costó controlar la angustia que me producía la sensación, luego el observarla parecía que amplificaba el dolor pero eludirla no aminoraba el dolor. Casualmente ese día se nos volvió a hablar sobre la incomodidad que produce la postura y el hecho de que tal dolor desaparecía si lográbamos que fuera mental (bueno, si viéramos que era mental), pero eso no lo logré, me dolía y no había nada que pudiera hacer para aliviar el dolor.

Practicando la atención a la hora de comer… 

Esto fue la novedad del cuarto día; bueno, no era solo para comer, pero si practicaba la atención a la hora de la ducha a las 3:45 iba a tener una larga fila de fans en la puerta de la ducha (lol). Volviendo a la comida, fue extraño volver a hacerlo y leeeeeento, afortunadamente no tenía mucho p0r comer :D. La primera comida sólo fue lenta,  y me dejó 30 minutos menos de descanso. Ya para el segundo día comenzó a cambia mi actitud hacia la comida y la práctica comenzó a traer frutos facilitándome también algunas focalizaciones de la atención que debíamos practicar sobre los órganos internos que me traían de los pelos. Ahora hasta el té de la merienda sabía diferente, bueno no era el té sino la sensación que producía beberlo lo que era ‘diferente’ y ya no necesitaba 3 tazas para calmar el frío descomunal que nos acompañó cuatro días.

Los últimos días 

Para los días restantes ya teníamos casi 16 horas de meditación programadas y se dió una nueva instrucción. Este nuevo «ejercicio» me costó más trabajo, al punto de que no creí que estuviera haciendo bien lo que se nos pedía y la duda es mala compañía. Tres veces más fueron repetidas las indicaciones y lo único claro tras disipar el «tal vez no entendí la instrucción» fue «nada de objetivos», no había por qué arruinar el trabajo.

El último día de estancia no me resultaba del todo «emocionante», básicamente se nos permitía hablar y llegado el momento de «la libertad de palabra» no moví un sólo músculo para sumarme a la alegría de muchos, sencillamente no quería hablar, no conocía a nadie y tampoco me hallaba dispuesta a socializar, yo a eso no iba; por tanto, pasé la siguientes hora en la sala de meditación intentando ignorar el ruido externo… pero como tal actitud no es eterna, a la hora del almuerzo me provocaba tener un letrero que dijera «no me hable, gracias», pero eso tampoco se podía así que alguien intentó sobrellevar una conversación conmigo (y yo que me había sentado estratégicamente en una esquina….) y lo único que obtuvo ante su pregunta «¿cómo te has sentido?» fue un sencillo y seco «bien», porque ni a la cara miré a aquella persona ni al resto de la mesa.

El resto de la tarde tuvimos 4 horas de meditación nada más y las otras 3 o 4 horas fueron para socializar. Realmente me estaba costando montones el tema de «personas + conversación», alguien que sabía mi nombre (¿?) comenzó a hacerme preguntas y a mi me sudaban las manos de sólo ver como había gente que se acercaba a oir la conversación de cuando en cuando y de ver que seguían las preguntas… en media hora, habían unas 12 personas sentadas en un cuadrado de no más de metro y medio y a mi se me iba a salir el corazón, con un poco de vergüenza tuve que pedirle a algunos que disminuyeran su tono de voz y buscaba una manera de cortés de escabullirme y retirarme a mi habitación… ni modo, no podía hacer que se callaran hasta la hora de la meditación en la sala. Llegó el té de la tarde y luego las últimas dos horas de meditación, hasta que saliendo para mi habitación alguien quería conversar! «Respira, reeespira, reeeespira», ya se «normalizaba» la situación.

Cerré el retiro complacida con la estancia en el centro, la dirección que tomó mi práctica y con las indicaciones del maestro (especialmente con las finales). Las conversaciones diarias estuvieron de lujo, nos comentó varios Suttas (algunos conocidos) así como nos explicaba términos del «argot budista» desde su raíz hasta su  contexto en las escrituras, obviamente todos los días le escuchábamos hablar sobre la meditación. Volví al departamento en la ciudad y entre festividades, bocinas y multitudes, encuentro un poco de paz y tranquilidad y me asiento en una nueva perspectiva.